Discurso del Subcomandante Insurgente Marcos,

Aguascalientes, Chiapas, 3 de agosto de 1994.

 

Nadie, nadie de la Comisión Nacional Organizadora nos ha podido decir cuántos delegados, invitados, observadores, periodistas, gorrones, colados, orejas y extranjeros llegaron a esta Convención. Así que no sabemos cuántos somos. Como aquí tenemos prensa de varias partes de México y del mundo es necesario que les demos una cifra. La Comisión Nacional Organizadora se ha hecho pato, así que nosotros hemos resuelto el problema. Con nuestro moderno sistema de cómputo hemos hecho la cuenta y llegado a la conclusión de que somos... un chingo. Entonces, para la prensa es oficial: somos un chingo.

Creo que ya no tiene caso que nuestras postas, las postas zapatistas, pregunten quién vive. Creo sinceramente que uno de los primeros resolutivos de esta CND será declarar, sin pena alguna, que quien vive es la patria.

En 1985 tomamos por primera vez un poblado. Por entre milpas y acahuales, algún platanal y un pequeño cafetal, unas cuantas champitas se erigían honrosamente con el nombre de ejido. Ése era el poblado del viejo Antonio. Cuando el viejo Antonio era nueve años más joven que la muerte que lo abrazó en 1994, nos invitó a visitar su ejido. Nosotros hicimos un plan para tomarlo, para tomar el ejido. Después de perdernos en un cafetal, logramos tomar el pequeño poblado del viejo Antonio.

Hicimos un papelón, porque cuando llegamos la gente ya estaba reunida en medio del poblado. El en medio del poblado, en términos de urbanística selvática, viene quedando entre la iglesia, la escuela, la cancha de basket y el cafetal. Llegamos frente a la gente y el viejo Antonio nos presentó diciendo algo así como "aquí están los compañeros que vienen de la montaña". La gente empezó a aplaudir. Yo pensé: "hombre, ando mal este año, no he hablado todavía y ya me están aplaudiendo". Cuando dejaron de aplaudir, el viejo Antonio me dijo: "ya acabamos de saludarte, ahora sí puedes decir tu palabra".

Entonces aprendí que por acá, cuando los pueblos saludan a alguien o a algo, le aplauden. Por eso yo quiero iniciar pidiendo no un aplauso sino un saludo, un saludo para todos esos hombres, mujeres, niños y ancianos que en este momento, en los campos y ciudades de México, rezan, piden, ruegan, hacen changuitos, desean, anhelan, que esta primera sesión de la Convención Nacional Democrática vaya bien. Si acá somos un chingo, allá fuera hay, lo menos, dos chingos.

Pido también un saludo para la reunión que en estos precisos instantes se realiza en alguna parte de la república mexicana para dialogar sobre los problemas de la nación. Pido un saludo para la Convención Nacional Democrática que se celebra actualmente en Aguascalientes, Chiapas, México.

Nuestro EZLN quiere rendir honores a nuestra bandera y a esta CND. Quiero pedir permiso a ustedes para que las tropas zapatistas que se encargan de la seguridad de todos nosotros les presenten el saludo zapatista. En la punta de los fusiles zapatistas verán una cinta blanca. Significa la vocación que anima su andar, significa que no son armas para enfrentarlas a la sociedad civil. Significa, como todo aquí, una paradoja: armas que aspiran a ser inútiles.

Voy a pedir autorización a la presidencia y a la Convención para que desfilen las tropas de combatientes, porque lo que presentó el comandante Tacho son las bases de apoyo, el arma secreta de los zapatistas. No hay tecnología más alta que haya logrado igualar la tecnología zapatista, que es el pueblo que nos está respaldando. Ahora vamos a dar el saludo de los militares.

[Desfilan las tropas insurgentes. Marcos comenta:] 200 transgresores monolingües.

Honorable Convención Democrática

Presidencia de la Convención Democrática

Delegados, invitados y observadores

Hermanos:

Por mi voz habla la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Aguascalientes, Chiapas. Un cuartel, un bunker, una fábrica de armas, un centro de adiestramiento militar, una bodega de explosivos.

Aguascalientes, Chiapas. El Arca de Noé, la Torre de Babel, el barco selvático de Fitzcarraldo, el delirio del neozapatismo, el navío pirata, la paradoja anacrónica, la tierna locura de los sin rostro, el despropósito de un movimiento civil en diálogo con un movimiento armado.

Aguascalientes, Chiapas. La esperanza en gradas escalonadas, la esperanza en las palmitas que presiden la escalera, para mejor asaltar el cielo; la esperanza en el caracol marino que desde la selva por el aire llama; la esperanza de los que no vinieron pero están; la esperanza de que las flores que en otra tierra mueren, en ésta vivan.

Aguascalientes, Chiapas. Para el EZLN, 28 días de trabajo, 14 horas diarias, seiscientos hombres-mujeres por hora, doscientos treinta y cinco mil doscientos hombres-hora de trabajo en total, nueve mil ochocientos días de trabajo, 28 años de trabajo, sesenta millones de viejos pesos, una biblioteca, un presidium con pinta de puente de trasatlántico, bancas y sillas para ocho mil convencionistas, 20 casas para hospedaje, 14 fogones, estacionamiento para cien vehículos y área para atentados.

Aguascalientes, Chiapas. Esfuerzo común de civiles y militares, esfuerzo común por un cambio, esfuerzo pacífico de los armados.

Y antes de Aguascalientes ellos dijeron que era una locura, que nadie podía, desde el límite que marcan fusiles y pasamontañas, tener éxito en convocar a una reunión nacional en vísperas electorales.

Y antes de Aguascalientes ellos dijeron que ninguna persona sensata iba a responder al llamado de un grupo rebelde, proscrito de la ley, del que poco o mucho se sabe: la luz que iluminó enero, el lenguaje obsesivo tratando de recuperar viejas y gastadas palabras -democracia, libertad, justicia; los rostros amordazados, el paso nocturno, la montaña habilitada como esperanza, la sola mirada indígena que desde centurias nos persigue en nuestro atropellado intento de modernización, el necio rechazar limosnas para exigir el aparentemente absurdo -para todos todo, nada para nosotros.

Y antes de Aguascalientes, antes de Aguascalientes ellos dijeron que había poco tiempo, que nadie se arriesgaría a embarcarse en un proyecto que, como la Torre de Babel, anunciaba su fracaso desde el lugar y momento mismo en que era convocado.

Y antes de Aguascalientes ellos dijeron que el miedo, el dulce terror que alimenta desde su nacimiento a las gentes buenas de este país, acabaría por imponerse; que la evidencia y comodidad del nada hacer, del sentarse a esperar, a observar, a aplaudir o abuchear a los actores de esta comedia amarga que llaman patria, reinaría junto a otras evidencias, en el renombrado nombre del pueblo de México -la sociedad civil.

Y antes de Aguascalientes ellos dijeron que las insalvables diferencias que nos fragmentan y enfrentan unos contra otros, nos impedirían voltear hacia un mismo punto, el omnipotente partido de Estado y las obviedades que a su alrededor se potencian: el presidencialismo, el sacrificio de la libertad y la democracia en aras de la estabilidad y la bonanza económica, el fraude y la corrupción como idiosincracia nacional, la justicia prostituida en limosnas, la desesperanza y el conformismo elevados al estatus de doctrina de seguridad nacional.

Y antes de Aguascalientes ellos dijeron que no habría problema, que la convocatoria a un diálogo entre un grupo de transgresores de la ley y una masa informe desorganizada y fragmentada hasta el microcosmos familiar, la llamada sociedad civil, no tendría eco ni causa común, que la dispersión reunida sólo puede causar una dispersión potenciada hasta la inmovilidad.

Y antes de Aguascalientes ellos dijeron que no había que oponerse a la celebración de la Convención Nacional Democrática, que abortaría por sí sola, que no valía la pena sabotearla abiertamente, que era preferible que reventara desde adentro, que se viera en México y en el mundo que la inconformidad era incapaz de ponerse de acuerdo entre sí, que por lo tanto sería incapaz de ofrecer al país un proyecto de nación mejor que el que la revolución institucionalizada y estabilizada nos regalaba -junto al orgullo de tener ya 24 próceres de la patria internacional del dinero- a todos los mexicanos. A eso apuestan, a eso, por eso dejaron correr la convocatoria, por eso no impidieron que ustedes llegaran hasta acá; el previsible fracaso de la Convención Nacional Democrática, dicen, no debe ser atribuido al poderoso; que sea evidente que el débil lo es porque es incapaz de dejar de serlo: es débil porque lo merece, es débil porque lo desea.

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que sí, que era una locura, que desde el horizonte que abren fusiles y pasamontañas, sí se podía convocar a una reunión nacional en vísperas electorales y tener éxito. ¿Quieren un espejo?

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que la sensatez se sienta, hace años, a lamentarse en los quicios dolientes de la historia; que la prudencia permite hoy el reiterado golpeteo del no hacer nada, del esperar, del desesperar; que la insensata y tierna furia del para todos todo, nada para nosotros, encontraría oído en los otros, en los otros que se trueca falsamente en nosotros y ustedes.

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que tiempo sobraba, que lo que faltaba era vergüenza por el miedo a probar a ser mejores; que el problema de la Torre de Babel no estuvo en el proyecto sino en la falta de un buen sistema de enlace y un equipo de traducción. El fracaso estaba en el nada intentar, en el sentarse a ver cómo se levantaba la torre, cómo se detenía, cómo se derrumbaba. En sentarse a esperar cómo la historia daría cuenta, no de la torre, sino de los que se sentaron a esperar su fracaso.

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que el miedo, que el seductor terror que despiden las cloacas del poder que nos alimentó desde el nacimiento, puede y debe ser puesto a un lado; no olvidado, no pasado por alto, sólo puesto a un lado. Que el miedo a permanecer como espectadores sea mayor al miedo a intentar buscar un punto común, algo que una, algo que pueda transformar esta comedia en historia.

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que las diferencias que nos fragmentan y enfrentan unos contra otros no nos impedirán voltear hacia el mismo punto: el sistema de obviedades que castran, de evidencias que oprimen, de lugares comunes que asesinan; el sistema de partido de Estado y los absurdos que en él cobran validez e institucionalidad; la dictadura hereditaria; el arrinconar la lucha por la democracia, la libertad y la justicia, en el lugar de los imposibles, de las utopías; la burla electoral elevada, en la imagen de la alquimia computacional, al estatus de monumento nacional; la miseria y la ignorancia como vocación histórica de los desposeídos; la democracia lavada con detergente de importación y agua de tanques antimotines.

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que no había problema, que la convocatoria a un diálogo entre nuestro estar sin rostro y armados y el desarmado estar sin rostro de la sociedad civil encontraría causa común; que la dispersión reunida y dialogando bien puede provocar un movimiento que dé por fin vuelta a esta página de vergüenza en la historia mexicana.

Y antes de Aguascalientes nosotros dijimos que no habría que oponerse a la celebración de la Convención Nacional Democrática; que sería precisamente eso, ni más ni menos que una celebración: la celebración del miedo roto, del primer y titubeante paso, de la posibilidad de ofrecer a la nación un ya basta que no tenga sólo voz indígena y campesina, un ya basta que sume, que multiplique, que reproduzca, que triunfe, que puede ser la celebración de un descubrimiento: el de sabernos, no ya con vocación de derrota, sino de pensarnos con la posibilidad de victoria del lado nuestro.

A eso apostamos.

Por eso la voluntad anónima y colectiva -que sólo tiene por rostro una pequeña estrella roja de cinco puntas, símbolo de humanidad y de lucha, y por nombre cuatro letras, símbolo de rebeldía- levantó en este lugar olvidado de la historia, de los estudios gubernamentales, de los tratados internacionales, de los mapas y rutas del dinero, esta construcción que llamamos Aguascalientes en memoria de intentos anteriores de unir la esperanza.

Por eso miles de hombres y mujeres con el rostro amordazado, indígenas en su inmensa mayoría, levantamos esta torre, la torre de la esperanza.

Por eso dejamos a un lado, por un tiempo, nuestros fusiles, nuestro rencor, nuestro dolor por los muertos nuestros, nuestra convicción guerrera, nuestro paso armado.

Por eso construimos este lugar para una reunión que, si tiene éxito, será el primer paso para negarnos como alternativa. Por eso levantamos Aguascalientes, como sede de una reunión que si fracasa nos obligará de nuevo a llevar adelante con fuego el derecho de todos a un lugar en la historia.

Por eso los invitamos, por eso nos da gusto que hayan llegado hasta acá, por eso esperamos que la madurez y la sapiencia los lleve a descubrir que el enemigo principal, el más poderoso, el más terrible, no está aquí sentado entre ustedes.

Por eso nos dirigimos con todo respeto a esta Convención Nacional Democrática para pedir -a nombre de todos los hombres y mujeres, de todos los niños y ancianos, de todos los vivos y muertos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional- que no les den la razón a los que predicen el fracaso de esta reunión; que busquen, que encuentren lo que nos une, que hablen palabra verdadera, que no olviden las diferencias que los separan -y que con más frecuencia de la deseable los enfrentan unos a otros-, que las guarden un momento, unos días, unas horas, los minutos suficientes para descubrir al enemigo común.

Esto les pedimos respetuosamente: no que traicionen sus ideales, sus principios, su historia, no que se traicionen y se nieguen; les pedimos respetuosamente que lleven adelante sus ideales, sus principios, su historia, que se afirmen, que sean consecuentes, que unan sus fuerzas para decir ya basta a la mentira que hoy gobierna nuestra historia.

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional participa en esta Convención Nacional Democrática con 20 delegados, con un voto cada uno. Queremos así dejar claras dos cosas: la una es nuestro compromiso con la Convención Nacional Democrática; la otra es nuestra decisión de no imponer nuestro punto de vista.

Hemos rechazado también toda posibilidad de participar en la presidencia de esta Convención Nacional Democrática. Ésta es la convención de la búsqueda pacífica del cambio, no debe de manera alguna ser presidida por gente armada.

Agradecemos que nos den un lugar, uno más entre todos ustedes para decir nuestra palabra.

Queremos decir, por si alguien lo duda, que no nos arrepentimos de habernos alzado en armas contra el supremo gobierno, que reiteramos que no nos dejaron otro camino, que no renegamos de nuestro paso armado ni de nuestro rostro amordazado, que no lamentamos nuestros muertos, que estamos orgullosos de ellos y que estamos dispuestos a poner más sangre y más muerte si ése es el precio para lograr el cambio democrático en México.

Queremos decir que nos dejan inamovibles las acusaciones de ser sacerdotes del martirologio, de ser belicistas; que no nos atraen los cantos de sirenas y ángeles para darnos acceso a un mundo que nos mira con desprecio y desconfianza, que escatima el valor de nuestra sangre y ofrece fama a cambio de dignidad. No nos interesa vivir como ahora se vive.

Mucho se ha preguntado, con la perversidad inquisitiva del que busca confirmar supuestos, qué es lo que pretenden los zapatistas de esta Convención Nacional Democrática. ¿Qué  esperan los zapatistas de esta convención?, se preguntan. Un brazo civil, responden unos; las ocho columnas de la prensa nacional e internacional, argumentan otros; una nueva justificación para su afán belicista, dicen algunos; un aval civil a la guerra, aventuran en otro lado; la plataforma de resurrección para algún olvidado del sistema, temen en algún partido oficial, mientras ponen precio a la cabeza zapatista; un espacio para disputar el liderazgo de una izquierda sin líder aparente, murmuran en la oposición; el aval para una claudicación, sentencian en la ultratumba conspirativa de la que puede salir eventualmente la bala que pretenda acallarnos; la plataforma para que Marcos negocie un puesto en la próxima administración de la modernidad, deduce alguna brillante columna de algún analista brillante, ese sí, de opacas intrigas políticas.

Hoy, frente a esta Convención Nacional Democrática, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional responde a la pregunta ¿qué esperan los zapatistas de la Convención Nacional Democrática?

No un brazo civil que alargue el siniestro brazo de la guerra hasta todos los rincones de la patria.

No la promoción periodística que reduce la lucha por la dignidad a una nota esporádica de primera plana.

No más argumentos para adornar nuestro traje de fuego y muerte.

No un escalón para cálculos de políticos, de grupos y subgrupos de poder.

No el dudoso honor de ser vanguardia histórica de las múltiples vanguardias que padecemos.

No el pretexto para traicionar ideales y muertes que llevamos con orgullo como herencia. No un trampolín para lograr un escritorio, en una oficina, en un despacho, en un gobierno, en un país improbable.

No la autoadjudicada representatividad de la nación, no la designación de un gobierno interino, no la redacción de una nueva Constitución, no la conformación de un nuevo constituyente, no el aval para un candidato a la Presidencia de la República del dolor y el conformismo.

No la guerra.

Sí el inicio de una construcción mayor que la de Aguascalientes, la construcción de una paz con justicia y dignidad.

Sí el inicio de un esfuerzo mayor que el que vino a desembocar en Aguascalientes, el esfuerzo por un cambio democrático que incluya la libertad y la justicia para los mayoritarios en el olvido.

Sí el inicio del fin de una larga pesadilla, de esto que grotescamente se llama Historia de México.

Sí el momento para decirle a todos, a todos, que no queremos ni podemos ocupar el lugar que algunos esperan que tomemos: el lugar del que emanen todas las opiniones, todas las rutas, todas las respuestas y todas las verdades, no lo vamos a hacer.

Esperamos de la Convención Nacional Democrática la oportunidad de buscar y encontrar alguien a quien entregarle esta bandera. La bandera que encontramos sola y olvidada en los palacios del poder, la bandera que arrancamos con nuestra sangre, con nuestra sangre, de la apenada prisión de los museos, la bandera que cuidamos día y noche, que nos acompañó en la guerra y que queremos tener en la paz. La bandera que hoy entregamos a esta Convención Nacional Democrática, no para que la retenga y la escatime al resto de la nación; no para suplantar probables protagonismos armados, con probados protagonismos civiles; no para abrograrse representatividades o mesianismos.

Sí para luchar porque todos los mexicanos la vuelvan a hacer suya, para que vuelva a ser la BANDERA NACIONAL, su bandera compañeros.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática, la organización pacífica y legal de una lucha, la lucha por la democracia, la libertad y la justicia, la lucha que nosotros nos vimos obligados a caminar armados y con el rostro negado.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática la palabra verdadera, la palabra de paz, pero no la palabra de claudicación en la lucha democrática; la palabra de paz, pero no la palabra de renuncia a la lucha por la libertad; la palabra de paz, pero no la palabra de complicidad pacifista con la injusticia.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática la capacidad de entender que el derecho a llamarse representativa de los sentimientos de la nación no es un resolutivo que se apruebe por votación o consenso, sino algo que tienen que ganarse todavía en los barrios, en los ejidos, en las colonias, en las comunidades indígenas, en las escuelas y universidades, en las fábricas, en las empresas, en los centros de investigación científica, en los centros culturales y artísticos, en los rincones todos de este país.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática la claridad para darse cuenta de que éste es sólo un paso, el primero de muchos que habrá que dar, incluso en condiciones más adversas que las presentes.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática la valentía de asumir el color de la esperanza que le vemos muchos mexicanos, incluidos nosotros; de demostrarnos que los mejores hombres y mujeres de este país ponen sus medios y fuerzas para la transformación que es la única posibilidad, la única posibilidad, de sobrevivencia de este pueblo: la transformación a la democracia, la libertad y la justicia.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática la madurez para no convertir este espacio en un ajuste de cuentas interno, estéril y castrante.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática, finalmente, un llamado colectivo a luchar por lo que nos pertenece, por lo que es razón y derecho de las gentes buenas, únicamente por nuestro lugar en la historia.

No es nuestro tiempo, no es la hora de las armas, nos hacemos a un lado, pero no nos vamos. Esperaremos hasta que se abra el horizonte o hasta que ya no seamos necesarios, hasta que ya no seamos posibles, nosotros, los muertos de siempre, los que tenemos que morir de nuevo para vivir.

Esperamos de esta Convención Nacional Democrática una oportunidad, la oportunidad que nos negaron los que malgobiernan este país, la oportunidad de regresar con dignidad, después del deber cumplido, a nuestro estar bajo tierra; la oportunidad de volver otra vez al silencio que callamos, a la noche de la que salimos, a la muerte que habitamos; la oportunidad de desaparecer de la misma forma en que aparecimos, de madrugada, sin rostro, sin futuro; la oportunidad de volver al fondo de la historia, del sueño, de la montaña.

Se ha dicho erróneamente que los zapatistas han puesto un plazo para reiniciar la guerra, que si el 21 de agosto no salen las cosas como quieren los zapatistas la guerra va a empezar. Mienten. Al pueblo mexicano, nadie, nadie, ni siquiera el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, le puede imponer plazos y dar ultimátums. Para el EZLN no hay más plazo, no hay más plazo, que el que las movilizaciones civiles y pacíficas determinen. A ellas nos subordinamos, incluso, hasta desaparecernos como alternativa.

No vendrá de nosotros el reinicio de la guerra, no hay ultimátum zapatista para la sociedad civil. Esperaremos, resistiremos, somos expertos en eso.

Luchen. Luchen sin descanso. Luchen y derroten al gobierno. Luchen y derroten a la guerra. Luchen y derrótennos. Nunca será tan dulce la derrota, como si el tránsito pacífico a la democracia, la libertad y la justicia resulta vencedor.

El Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, les ha hecho entrega de Aguascalientes para que se reúnan a discutir y acordar no la inmovilidad, no el escepticismo estéril, no el intercambio de reproches y halagos, no la tribuna para la promoción personal, no el pretexto para el turismo belicista, no el chantaje pacifista incondicional, no la guerra. Pero no la paz a cualquier precio.

Sí, para discutir y acordar la organización civil, pacífica, popular y nacional de la lucha por la democracia, la libertad y la justicia.

El Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, les entrega ahora la bandera nacional, para recordarles lo que ella significa: patria, historia y nación, y comprometerlos en lo que también debe significar: democracia, libertad y justicia.

Salud, hermanos convencionistas. Por ustedes se levantó Aguascalientes. Para ustedes se construyó, en medio de un territorio en armas, este espacio para una paz con justicia y dignidad.

Muchas gracias.

¡Democracia! ¡Libertad! ¡Justicia!

Desde las montañas del sureste mexicano

C C R I - C G  del  E Z L N