AL CONSEJO 500 AÑOS DE RESISTENCIA INDIGENA

1 de febrero

 

Zapatistas: la valentía vino

de nuestros mayores muertos

Al: Consejo Guerrerense 500 Años de Resistencia Indígena, A.C.

Chilpancingo, Guerrero, México.

Hermanos:

Queremos decirles que recibimos su carta que nos mandaron el 24 de enero de 1994. Nosotros estamos muy contentos al saber que nuestros hermanos indígenas amuzgos, mixtecos, náhuatls y tlapanecos están conocedores de nuestra justa lucha por la dignidad y la libertad para los indígenas y para los mexicanos todos.

Nuestro corazón se hace fuerte con sus palabras de ustedes que vienen de tan lejos, que vienen de toda la historia de opresión, muerte y miseria que los malos gobernantes han dictado para nuestros pueblos y nuestras gentes. Nuestro corazón se hace grande con su mensaje que llega hasta nosotros brincando montes y ríos, ciudades y carreteras, desconfianzas y discriminaciones.

En nuestro nombre, en el nombre de ustedes, en el nombre de todos los indígenas de México, en nombre de todos los indígenas y no indígenas mexicanos, en nombre de todos los hombres buenos y de buen camino, recibimos nosotros sus palabras de ustedes, hermanos, hermanos ayer en la explotación y miseria, hermanos hoy y mañana en la lucha digna y verdadera.

Hoy se cumple un mes desde la primera vez que la luz zapatista se dio en alumbrar la noche de nuestras gentes.

En nuestro corazón había tanto dolor, tanta era nuestra muerte y pena, que no cabía ya, hermanos, en este mundo que nuestros abuelos nos dieron para seguir viviendo y luchando. Tan grande era el dolor y la pena que no cabía ya en el corazón de unos cuantos, y se fue desbordando y se fueron llenando otros corazones de dolor y de pena, y se llenaron los corazones de los más viejos y sabios de nuestros pueblos, y se llenaron los corazones de hombres y mujeres jóvenes, valientes todos ellos, y se llenaron los corazones de los niños, hasta de los más pequeños, y se llenaron de pena y dolor los corazones de animales y plantas, se llenó el corazón de las piedras, y todo nuestro mundo se llenó de pena y dolor, y tenían pena y dolor el viento y el sol, y la tierra tenía pena y dolor. Todo era pena y dolor, todo era silencio.

Entonces ese dolor que nos unía nos hizo hablar, y reconocimos que en nuestras palabras había verdad, supimos que no sólo pena y dolor habitaban nuestra lengua, conocimos que hay esperanza todavía en nuestros pechos. Hablamos con nosotros, miramos hacia dentro nuestro y miramos nuestra historia: vimos a nuestros más grandes padres sufrir y luchar, vimos a nuestros abuelos luchar, vimos a nuestros padres con la furia en las manos, vimos que no todo nos había sido quitado, que teníamos lo más valioso, lo que nos hacía vivir, lo que hacía que nuestro paso se levantara sobre plantas y animales, lo que hacía que la piedra estuviera bajo nuestros pies, y vimos, hermanos, que era DIGNIDAD todo lo que teníamos, y vimos que era grande la vergüenza de haberla olvidado, y vimos que era buena la DIGNIDAD para que los hombres fueran otra vez hombres, y volvió la dignidad a habitar en nuestro corazón, y fuimos nuevos todavía, y los muertos, nuestros muertos, vieron que éramos nuevos todavía y nos llamaron otra vez, a la dignidad, a la lucha.

Y entonces nuestro corazón no era ya sólo pena y dolor, llegó el coraje, la valentía vino a nosotros por boca de nuestros mayores ya muertos, pero vivos otra vez en nuestra dignidad que ellos nos daban. Y vimos así que es malo morir de pena y dolor, vimos que es malo morir sin haber luchado, vimos que teníamos que ganar una muerte digna para que todos vivieran, un día, con bien y razón. Entonces nuestras manos buscaron la libertad y la justicia, entonces nuestras manos vacías de esperanzas se llenaron de fuego para pedir y gritar nuestras ansias, nuestra lucha, entonces nos levantamos a caminar de nuevo, nuestro paso se hizo firme otra vez, nuestras manos y corazón estaban armados. "¡Por todos!", dice nuestro corazón, no para unos solamente, no para los menos., "¡Por todos!", dice nuestro paso. "¡Por todos!", grita nuestra sangre derramada, floreciendo en las calles de las ciudades donde gobiernan la mentira y el despojo.

Dejamos atrás nuestras tierras, nuestras casas están lejos, dejamos todo todos, nos quitamos la piel para vestirnos de guerra y muerte, para vivir morimos. Nada para nosotros, para todos todo, lo que es nuestro de por sí y de nuestros hijos. Todo dejamos todos nosotros.

Ahora nos quieren dejar solos hermanos, quieren que nuestra muerte sea inútil, quieren que nuestra sangre sea olvidada entre las piedras y el estiércol, quieren que nuestra voz se apague, quieren que nuestro paso se vuelva otra vez lejano.

No nos abandonen hermanos, tomen nuestra sangre de alimento, llenen su coracón de ustedes y de todos los hombres buenos de estas tierras, indígenas y no indígenas, hombres y mujeres, ancianos y niños. No nos dejen solos. Que no todo sea en vano.

Que la voz de la sangre que nos unió cuando la tierra y los cielos no eran propiedad de grandes señores nos llame otra vez, que nuestros corazones junten sus pasos, que los poderosos tiemblen, que se alegre su corazón del pequeño y miserable, que tengan vida los muertos de siempre.

No nos abandonen, no nos dejen morir solos, no dejen nuestra lucha en el vacío de los grandes señores.

Hermanos, que nuestro camino sea el mismo para todos: libertad, democracia, justicia.

Respetuosamente.

Desde las montañas del Sureste mexicano

C C R I - C G del E Z L N