A Manuel Vázquez
Montalbán
Texto
enviado por el SCI Marcos del EZLN, para ser leído en el homenaje que
se rindió a Manuel Vázquez Montalbán en la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara, Jalisco, México, el 28 de noviembre del 2004.
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.
MÉXICO.
Noviembre del 2004.
Para: Doña Ana y Don Daniel.
Barcelona, Catalunya, Estado Español.
Guadalajara, Jalisco, México.
(…)
No supe cómo iniciar. Después de todo, esta carta sólo
trata de ser un abrazo a destiempo, con esa anacronía que a los zapatistas
nos define, a personas que sentimos cercanas. Yo quisiera hablarles de Don Manuel
Vázquez Montalbán. Sé que puede parecer absurdo que yo
les hable de él precisamente a ustedes. Sin embargo, al hablar de él
trato, no de traerlo con nosotros o a favor nuestro, sino de volver a tenderlo
como lo que fue: un puente.
Y, a lo mejor, aún sin estar, Don Vázquez Montalbán vuelve
a ser puente para que nuestra palabra, la de los zapatistas hoy tan no de moda,
tenga un lugar entre tantos genios de la palabra como ahora se encuentran en
tierras mexicanas.
Y ahora entiendo, al escribir estas líneas, que tal vez ésa siempre
fue su intención, y que deberíamos aprovecharlo y hablar de nosotros,
de nuestros logros y tropiezos, de sueños y pesadillas, de continuidades
y rupturas. Pero no, la tentación apenas duró unos instantes.
Así que no hablaré de nosotros. Hablaré, o más bien,
intentaré hablar de él.
En un principio, nosotros no creímos en su muerte. Lo de desaparecer
en un lugar lejano de nuestra geografía, precisamente en un aeropuerto
de Bangkok, nos pareció entonces como una suerte de recurso detectivesco
y no como una ausencia definitiva. No lo creímos muerto, así que
esperamos. Ya aparecería después con una nueva historia de Pepe
Carvalho o con una entrevista a un grupo de "otros" antineoliberales,
desconocidos para los demás "otros" que pueblan la complicada
geografía de la resistencia mundial. Entonces le diríamos algunas
groserías (claro, cuidando que él no las escuchara), y seguiríamos
caminando sabiendo que por ahí andaba. Él, pensaba yo, no se moriría
sin avisarnos antes. Pero no, Don Vázquez Montalbán se había
ido de veras, dejándonos a nosotros un poco más vacíos.
Y eso, el que se fuera de veras, nos daba (y nos da) un poco de rabia, de coraje.
Así nos pasa de por sí con las muertes: primero nos dan rabia,
luego tristeza, más después las dos cosas.
Don Vázquez Montalbán no era nuestro amigo, era nuestro compañero.
"Compañero de viaje", dijo él en uno de sus escritos.
"Compañero así nomás", dijimos y decimos nosotros.
No sé si eso sea más o menos para él o para ustedes. Para
nosotros es todo.
Sólo lo hablé en persona una vez, así que no intentaré
siquiera decir cómo era o cómo no era. Seguramente hay más
personas, marcadamente ustedes dos, que podrán darnos un perfil más
acabado de él.
Recuerdo que, esa vez, intercambiamos los saludos de rigor y algunas bromas
sobre artistas de España (Marisol, Joselito, Pili y Mili), creo que hasta
cantamos a dueto aquella de "la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola…"
Claro que él nunca reconoció que la entonamos a coro y me adjudicó
entonces el papel de solista. Después nos pusimos serios. Bueno, al menos
lo intentamos. En realidad, aquel encuentro me pareció entonces como
cuando dos boxeadores se enfrentan y pasan los primeros minutos del combate
estudiándose mutuamente… para después descubrir que al que
hay pegarle es al árbitro.
Creo que él trataba de entender. Creo que él trataba de salirse
de la falsa disyuntiva de ser "fan" de Marcos o "anti fan"
de Marcos (dilema entonces de moda entre los intelectuales progresistas).
Me parece que, a través de sus libros y de su vida, Don Vázquez
Montalbán demostró que lo suyo no era el abrazar causas acríticamente.
Creo que, siguiendo el marxismo de Groucho, no simpatizaría con una causa
que lo aceptara como simpatizante. Es más, creo que no era "fan"
ni de sí mismo. No era de esos intelectuales que cambian de dioses y
liturgias como cambian de calzones (bueno, cuando se los cambian). Después
de leer sus ensayos, me pareció ser un ateo hasta de Manuel Vázquez
Montalbán, pero un firme creyente en la existencia del mal y en la necesidad
de enfrentarlo.
El filoso bisturí de la palabra no sólo lo aplicó para
diseccionar los distintos poderes que se han ido sucediendo en la geografía
mundial. También lo usó frente a las supuestas o reales oposiciones
que el espejo del Poder produce inevitablemente. Incluso, intuyo, lo empleó
en él mismo (pero de eso, es seguro, ustedes y otros podrán decir
más).
Cuando hablamos en aquella única ocasión, me dio la impresión
de que buscaba, sí, pero no una nueva causa que lo redimiera a la distancia,
o una desilusión más que reforzara un escepticismo frente a todo
(esa elegante coartada para no comprometerse con nada). Creo sinceramente que
él trataba de ver detrás del pasamontañas para descubrir
y encontrar un movimiento: el zapatista. Y pienso que lo encontró, quiero
decir, que nos encontró. Sólo así puedo explicarme el feliz
empecinamiento en saber de nosotros, en estar con nosotros en la luz y en la
sombra, aún en Cataluña, en un aeropuerto de Bangkok o en Guadalajara.
Porque la Guadalajara mexicana se ilumina ahora con la palabra, pero también
carga la sombra de los jóvenes altermundistas reprimidos, presos por
esos asesinos de la luz que ahora son gobiernos en nuestra dolida geografía.
No lo sé, pero tal vez Don Vázquez Montalbán hubiera desviado
aunque sea un poco de su luz hacia las cárceles que, en Guadalajara,
encierran la juventud y la rebeldía creadora. Y es que, a propósito
de la represión sufrida por estos jóvenes, vienen bien las palabras
que alguna vez escribió: "La nueva derecha se parece como una gota
de agua a la derecha de siempre cuando le sale del alma que el desorden es peor
que la injusticia" ("La Teología Neoliberal", en El País,
5 de abril de 1994).
O tal vez él hubiera estado de acuerdo en que nosotros, los zapatistas,
lo usáramos de puente para saludar y abrazar a esos "otros"
que están prisioneros por un delito de "leso neoliberalismo":
el de afear, con su sola existencia, un orden construido sobre la muerte de
la inteligencia.
Porque estos jóvenes están cautivos por feos. Al encerrarlos,
el gobierno sólo se está aplicando un tratamiento de belleza.
La injusticia de su encarcelamiento se ha blanqueado con el detergente del "Orden".
Porque cuando el Poder se queda sin argumentos (cosa que ocurre casi siempre),
la represión se viste de ordenador del caos (donde "caos" es
sinónimo de existencia del otro).
En la asepsia neoliberal, las personas afean y ensucian las calles, y los policías
no son sino los modernos barrenderos. Si en lugar de escobas usan armas de fuego
y equipo antimotines, se debe al avance tecnológico y no, ¿quién
osa insinuarlo?, al afán represivo contra el diferente.
He dicho que Don Vázquez Montalbán estuvo con nosotros en la luz
y en la sombra. La última carta que nos mandó fue en medio de
la polémica desatada a raíz de nuestro apoyo explícito
a la lucha política y cultural del pueblo vasco. ¿Dije "polémica"?
Bueno, en realidad fue una campaña de linchamiento mediático,
pero ya estamos acostumbrados.
A diferencia de quienes aprovecharon para deslindarse de nuestra siempre incómoda
compañía y, desde el "pulcro" púlpito de los
medios de comunicación, nos acusaron (injustamente, como se demostraría
casi inmediatamente) de ser partidarios del terrorismo de ETA, Don Vázquez
Montalbán nos envió una misiva privada.
En ella (creo que ahora puedo revelarlo) nos alertaba sobre lo que vendría:
el zapatismo sería vinculado no a una causa justa, sino al crimen mesiánico.
Claro que él no pensaba que el zapatismo hubiera recibido el abrazo mortal
del fundamentalismo, nos conocía demasiado bien. Pero también
era un gran conocedor del funcionamiento de los medios masivos de comunicación
y sobre eso nos reconvenía. Pronto tuvo su respuesta y casi estoy seguro
de que le satisfizo. Así, nos hizo llegar uno de sus últimos libros
con una dedicatoria que no era sino un "aquí estoy, con ustedes";
y, reiterando su simpatía por Euzkal Herria, apoyó, junto a otras
personalidades de la cultura europea, nuestra malograda iniciativa "Una
oportunidad a la palabra".
Pero, volviendo a nuestro único encuentro, recuerdo que hablamos un poco
de Antonio Machado. Ambos admirábamos el "Juan de Mairena",
sus cuestionamientos, sus dudas. A lo largo de la plática (se supone
que era una entrevista, pero fue una plática) hubimos de coincidir en
que, muchas veces, los mejores textos de análisis político están
en la literatura universal; y, sin hacerlo explícito, concluíamos
que el mundo iría mucho mejor si los políticos profesionales supieran
más de literatura que de mercadotecnia, y si leyeran más libros
de poesía y novela, y menos reportes estadísticos y boletines
de prensa.
Dicho esto, permítanme una divagación:
La habitación donde el Poder decide está cerrada a cal y canto.
La democracia, nos dicen, es que nosotros, los de afuera y los más, podemos
elegir quien entra y quien sale. Pero se les olvida aclararnos que sólo
podemos escoger de entre los pocos que los más pocos nos presentan.
Y no sólo. Nosotros, los más y los de afuera, quienes padecemos
las consecuencias de las decisiones que se toman en esa habitación, nada
sabemos de ella. La política, nos repiten, es asunto de especialistas
que sólo comprenden especialistas.
Así nos encontramos con que aparecen guerras envueltas en el papel celofán
de argumentos insostenibles, programas económicos que no son sino guerras
"blandas", crímenes culturales perpetrados en nombre de la
modernización, aniquilamiento de identidades diferentes mediante el recurso
expedito de eliminar a quienes las portan. En suma: la arbitrariedad asesina
de la fuerza, pero vestida de "razón de Estado", de "razón
económica", de "razón divina", de "razón
neoliberal".
En algún lado del libro de Machado, Mairena y sus alumnos discurren sobre
el teatro, sobre cómo las escenas en una habitación transcurren
con la ausencia de un cuarto muro, y que es la ausencia de ese muro la que nos
permite saber lo que pasa dentro. De la misma manera, los actores "hablan"
sus pensamientos y es así como sabemos lo que pasa dentro de un personaje.
Quienes hacen del ejercicio de la razón y el arte su trabajo (como quienes
ahora confluyen en Guadalajara, México), pueden contribuir a derribar
ese cuarto muro de la habitación del Poder y a hacer "hablar"
a los personajes que la habitan.
No sólo ayudarían a derrumbar el mito de la "política
especializada" y a desaparecer el halo sobrenatural del Poder, también
contribuirían a echar a andar otro mundo, uno mejor, uno donde quepan
todos los mundos.
La democracia sería así liberada de la prisión de los spots
publicitarios, la frivolidad dejaría de ser programa de gobierno, y la
estupidez ya no sería la bandera que ondearan, orgullosos, los gobernantes
neoliberales.
Sería magnífico que, a quienes están el Poder, se les obligara
a leer al menos siete libros: uno de poesía, uno de cuentos, uno de novela,
uno de teatro, uno de ensayo, uno de filosofía… y uno de gramática.
Yo sé que todo esto puede sonar subversivo, utópico, o las dos
cosas, así que no hagan mucho caso.
En realidad lo traigo a cuento porque si algo puede definir el trabajo de Don
Vázquez Montalbán es el mazo con el que se pasó derrumbando
muros, y la hábil ventriloquia con la que hizo hablar a los poderosos
y a los intelectuales que les sirven.
Creo que él, Don Vázquez Montalbán, le tenía un profundo respeto al lector. Creo que se cuestionaba qué escribir, por qué y contra qué, y que trasladaba esas preguntas a la lectura: qué se lee, por qué y contra qué. Y creo que, como escritor, no les expropió las respuestas a sus lectores. Contradiciendo el título de uno de sus libros, no hizo panfletos. Por el contrario, hizo de la palabra una ventana, y una y otra vez, en sus escritos, se esmeró en mantenerla limpia y transparente.
Fuera de en los neoliberales, la palabra suele concitar respeto entre quienes
la enfrentan, es decir, los que las hablan y escriben, y los que las leen y
escuchan.
Si alguien me pidiera un ejemplo que sintetizara la resistencia de la humanidad
frente a la guerra neoliberal, diría que la palabra.
Y agregaría que una de sus trincheras más empecinadas, y afortunadas,
es el libro.
Aunque, claro, es una trinchera muy otra porque se parece extraordinariamente
a un puente.
Porque quien escribe un libro y quien lo lee no hacen sino cruzar un puente.
Y el cruzar puentes, viene en cualquier manual de antropología que se
respete, es una de las características del ser humano.
Ya me despido, pero no quisiera hacerlo sin antes declarar que, si alguien me
pidiera una definición de Don Manuel Vázquez Montalbán
diría que fue, y es, un puente.
Vale. Salud y que la vida, algún día, transcurra sin muros.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Noviembre del 2004.
P.D.- En alguna misiva le propuse a Don Manuel Vázquez Montalbán
escribir una novela policíaca "a la limón", con unas
partes escritas en las montañas del sureste mexicano y otras en las Ramblas
catalanas. Él aceptó, aunque, lo confesó alguna vez, no
tenía la menor idea de cómo eso sería posible. Yo tampoco,
pero esto ya no lo supo. Próximamente el Sistema Zapatista de Televisión
Intergaláctica, "la única televisión que se lee",
trasmitirá el primer capítulo de una serie policial que, como
todo lo zapatista, tiene un futuro incierto. Es el pequeño homenaje que,
durante meses, le hemos preparado a él. Seguramente será poco,
y la calidad literaria no se acercará siquiera a sus magníficas
producciones, pero es nuestra forma de hacerle saber, a quienes lo acompañaron
en vida, que, cuando abrimos alguno de sus muchos libros, no sólo lo
leemos, también y a nuestro modo, cruzamos hacia él, es decir,
lo abrazamos.
c.c.p.- Manuel Vázquez Montalbán, donde quiera que se encuentre.