Introducción o Presentación (o las dos cosas)
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.
MÉXICO.
Octubre del 2003.
A quien corresponda:
Corría el año de 1994 y en el calendario abril mediaba. Era la madrugada del 18, y en la misma carta en la que escribí lo del “síndrome de la cenicienta” (Treceava Estela, parte 2) aparece lo siguiente:
“Pero resulta que la otra noche me entrevistó un periodista y entre las preguntas sobre Zedillo, Salinas, etcétera, salió una que me hizo entender todo: "¿Y que opina usted de esta etapa romántica de la guerra?" Volteé a verlo por si bromeaba, pero no, estaba serio y checando si la cinta de la grabadora estaba corriendo. "¿Romántica?", pensé. Ese periodista, junto a otros, llevaba varios días en uno de los poblados más pobres de la selva, durmiendo bajo el techo de una antigua escuela y comiendo... comida enlatada. A unos metros de donde él dormía, una familia comía sólo frijoles y tortilla (y cada mañana se ofrecía la compañera base de apoyo a lavar la ropa o hacer café para "los compañeros de la ciudad"), tenían guardia zapatista día y noche, nosotros pernoctábamos a unos metros de ellos. "Si para él, que está cerca nuestro, esto es romántico", me dije, "¿Qué será para los que están lejos?"
Unas horas después de la "romántica" pregunta, y entre la bruma de una fiebre que me acosó por tres días, hubimos de activar el dispositivo de defensa al saberse la noticia del ataque armado contra el retén militar en Tuxtla. Sacamos a los pocos periodistas que había. A nadie le gustó. De hecho adivino un franco fastidio en todos los periodistas cuando les toca sufrir una alerta roja, los saca de balance, se sienten agredidos inútilmente, “¿para qué si nada va a pasar?, pinche-marcos-ganas-de-estar-chingando-y-de-maltratarnos-etcétera”. Total que nos quedamos solos y, a como pintan las cosas, por un buen rato. Hasta los aparentemente más asiduos se fueron "por un tiempo", no obstante que les expliqué que convenía que estuviera siempre alguien por acá porque surgían cosas que alguien debía verlas, etcétera. Pero se aburren. Su tiempo es otro, y me divierte pensar que quieren entender lo que aquí ocurre y saber cómo, por qué, cuándo, dónde y quién, en medio de su desesperación de apenas unos días “sin-nada-qué-hacer-yo-en-cambio-debo-preocuparme-por-cosas-lo-menos-igualmente-importantes-si-no-es-que-más”.
¿Y qué esperabas marquitos? ¿A John Reed? No, pero sí a su equivalente. Alguien con la paciencia suficiente como para acceder a las partes internas después del desesperante escalafón de la desconfianza nuestra. Alguien sin tanta atadura hacia allá fuera o dispuesto a cortarla por un buen tiempo. No, no para siempre. Alguien que, sin dejar de ser periodista, viviera con los zapatistas, nosotros. Ya sé que si dijera yo esto más de uno se apuntara, pero deben pasar antes una serie de pruebas que, hasta ahora, ninguno ha superado. Quiero decir que a ése alguien nosotros lo tenemos que escoger. Pero nadie se queda el tiempo suficiente para entrar a concurso de oposición. En fin, como decimos acá, “queja-queja-queja”.
Tres años después de la fecha de estas líneas, una mujer de profesión periodista acabó, no sin dificultades, por brincar el complicado y espeso muro del escepticismo zapatista y se quedó a vivir en las comunidades indígenas rebeldes. Desde entonces compartió con los compañeros el sueño y el desvelo, las alegrías y las tristezas, los alimentos y sus ausencias, las persecuciones y los reposos, las muertes y las vidas. Poco a poco los compañeros y compañeras la fueron aceptando y haciéndola parte de su cotidianeidad. No voy a contar su historia. Entre otras cosas, porque ella ha preferido contar la historia de un movimiento, el zapatista, y no la propia.
El nombre de esta persona es Gloria Muñoz Ramírez. Durante el período que va de 1994 a 1996 trabajó para el periódico mexicano “Punto”, para la agencia de noticias alemana DPA, para el periódico norteamericano “La Opinión” y para el diario mexicano “La Jornada”. En 1995, en la mañana del 9 de febrero y junto con Hermann Bellinghausen, realizó para La Jornada la que pudo haber sido la última entrevista con el Subcomandante Insurgente Marcos. En 1997 dejó su trabajo, su familia, sus amigos (además de cosas que sólo ella sabe), y se vino a vivir a las comunidades zapatistas. Durante estos 7 años no publicó nada, pero siguió escribiendo y su olfato periodístico no la abandonó. Claro que la periodista ya no lo era, o ya no sólo era periodista. Gloria fue aprendiendo a tener otra mirada, la que está alejada del deslumbramiento que producen los reflectores, del barullo de los templetes, del atropellado andar detrás de la nota, de la lucha por la exclusiva. La mirada que se aprende en las montañas del sureste mexicano. Con paciencia digna de una bordadora, fue recopilando fragmentos de la realidad de adentro y de afuera del zapatismo en estos, ahora, 10 años de vida pública del EZLN.
Nosotros no lo sabíamos. Fue hasta que se anunció el nacimiento de los Caracoles y la creación de las Juntas de Buen Gobierno, que recibimos una carta de ella, presentando ese bordado de palabras, fechas y memorias, y poniéndolo a disposición del EZLN.
Leímos el libro, bueno, entonces no era un libro, sino un extenso y policromado tapiz cuya vista ayudaba bastante a dibujar la complicada silueta del zapatismo de 1994 a 2003, los 10 años de vida pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Nos gustó pues. No conocemos ningún material publicado con esa minuciosidad y tan completo.
Le respondimos a Gloria como de por sí respondemos nosotros, es decir, con un “Mmhh, ¿y?”. Gloria volvió a escribir y habló del doble aniversario (20 años del EZLN y 10 años del inicio de la guerra contra el olvido), de la etapa que arrancaba con la creación de los caracoles y las Juntas de Buen Gobierno, algo de un plan de festejos de la revista “Rebeldía”, y no recuerdo que tantas otras cosas más. Entre tanta tarabilla, algo estaba claro: Gloria proponía publicar el libro para que los jóvenes de ahora conocieran más sobre el zapatismo.
¿“Los Jóvenes de ahora”?, pensé, y le pregunté al Mayor Moisés “¿Qué nosotros no somos los jóvenes de ahora?”. “De por sí somos”, me respondió el Mayor Moisés sin dejar de ensillar el caballo, mientras yo seguía aceitando mi silla de ruedas y maldecía que el botiquín de campaña no incluyera Viagra…
¿En qué estaba? ¡Ah sí!, en el libro que no era libro todavía. Gloria no esperó a que dijéramos que sí, o que quién sabe, o que, con el más puro estilo zapatista, no respondiéramos. Al contrario, al tapiz, o sea al borrador del libro que no era libro, Gloria anexaba la solicitud de completar el material con sendas entrevistas.
Fui con el comité y, sobre el suelo lodoso de septiembre, extendí el tapiz (o sea el borrador del libro).
Se vieron. Quiero decir, los compañeros se vieron a sí mismos. O sea que, aparte de ser tapiz, era un espejo. No dijeron nada, pero yo entendí que había más gente, mucha más, que tal vez también vería y se vería.
Le respondimos a Gloria que “adelante”.
Eso fue en agosto o septiembre de este año (o sea, 2003), no muy me acuerdo, pero fue después de la fiesta de Los Caracoles. Me acuerdo, sí, que llovía mucho, que yo iba subiendo una loma repitiendo en cada paso la maldición de Sísifo, y que el Monarca estaba emperrado en que en Radio Insurgente, “La voz de los sin voz”, pasáramos un remix de “La del moño colorado”. Cuando volteé a decirle al Monarca que tendría que pasar sobre mí para hacer eso, me resbalé por enésima vez, pero ahora fui a caer sobre un montón de piedras afiladas y me corté en la pierna. Mientras hacía un recuento de los daños, el Monarca, como si tal, pasó sobre mí. Esa tarde transmitimos en Radio Insurgente, “La voz de los sin voz”, una versión de “La del Moño Colorado” que, a juzgar por las llamadas de radio que recibimos, fue un éxito rotundo. Yo suspiré, qué otra cosa podía hacer.
El libro que el lector o lectora tiene ahora en sus manos es ese tapiz-espejo, pero disfrazado de libro. No se puede pegar en la pared o colgar en la recámara, pero usted se puede asomar a él y buscarnos y buscarse. Estoy seguro de que nos encontrará y se encontrará.
El libro EZLN: 20 Y 10, El Fuego y La Palabra, escrito por Gloria Muñoz Ramírez se ha editado por el empeño de dos esfuerzos, el de la revista “Rebeldía” y el del periódico mexicano “La Jornada”, que dirige Carmen Lira. Mmh. Otra mujer. El diseño editorial es de Efraín Herrera y las ilustraciones son de Antonio Ramírez y Domi. Mmh… más mujeres. Las fotos son de Adrian Meland, Ángeles Torrejón, Antonio Turok, Araceli Herrera, Arturo Fuentes, Carlos Cisneros, Carlos Ramos Mamahua, Eduardo Verdugo, Eniac Martínez, Francisco Olvera, Frida Hartz, Georges Bartoli, Heriberto Rodríguez, Jesús Ramírez, José Carlo González, José Nuñez, Marco Antonio Cruz, Patricia Aridjis, Pedro Valtierra, Simona Granati, Víctor Mendiola y Yuriria Pantoja. La edición fotográfica estuvo a cargo de Yuriria Pantoja y el cuidado de la edición lo realizó Priscila Pacheco. Mmh… de nuevo más mujeres. Si el lector ve que las féminas son mayoría, haga lo que yo: rásquese la cabeza y diga “ni modos”.
Hasta donde tengo entendido (hago este escrito a la distancia), el libro tiene tres partes. En una aparecen entrevistas a compañeros bases de apoyo, comités y soldados insurgentes. En ellas los compañeros y compañeras hablan algo de los 10 años previos al alzamiento. Debo deciros que no se trata de una imagen global, sino de retazos de una memoria que todavía debe esperar a unirse y presentarse.
Sin embargo, estos pedazos ayudan mucho a entender lo que viene después, o sea la segunda parte. Ésta contiene una especie de bitácora de las acciones públicas del zapatismo, desde el inicio de la guerra en la madrugada del primero de enero de 1994, hasta el nacimiento de los Caracoles y la creación de las Juntas de Buen Gobierno. Se trata, a mi manera de ver, del más completo recorrido de lo que ha sido el accionar público del EZLN. En este periplo, el lector podrá encontrar muchas cosas, pero una salta a la vista: el ser consecuente de un movimiento. En la tercera parte aparece una entrevista a yo. Me la mandaron por escrito y hube de contestar frente a una grabadorita. Yo siempre he pensado que el “rewind” de las grabadoras es “recordar”, así que en esa parte trato de hacer un balance de los 10 años, además de reflexionar sobre otras cosas. Cuando respondía, solo frente a la grabadora, afuera llovía y una de las Juntas de Buen Gobierno daba “el grito de independencia”. Fue la madrugada del 16 de septiembre del 2003.
Creo que las tres partes se ligan muy bien. No sólo porque es la misma pluma la que las dibuja. También porque contienen una mirada que ayuda a mirar, a mirarnos. Estoy seguro de que, como Gloria, muchos y muchas, al mirarnos, se mirarán a sí mismos. Y también estoy seguro de que ella, y con ella muchos y muchas, se sabrán mejores.
Y de eso se trata todo esto, de ser mejores.
Vale. Salud y en el tapiz no busque escarabajos, capaz que los encuentra y entonces sí, pobre de usted.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Octubre del 2003.