Introducción
Conforme
se van deteriorando los calendarios del Poder y las grandes
corporaciones de los medios de comunicación titubean
entre los ridículos y las tragedias que protagoniza
y promueve la clase política mundial, abajo, en el
gran y extendido basamento de la tambaleante Torre de Babel
moderna, los movimientos no cesan y, aunque aún balbuceantes,
empiezan a recuperar la palabra y su capacidad de espejo y
cristal. Mientras arriba se decreta la política del
desencuentro, en el sótano del mundo los otros se encuentran
a sí mismos y al otro que, siendo diferente, es otro
abajo.
Como parte de esta reconstrucción de la palabra espejo
y cristal, el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional retomó diálogos con movimientos y organizaciones
sociales y políticas en el mundo. Inicialmente, con
hermanos y hermanas de México, Italia, Francia, Alemania,
Suiza, el Estado Español, Argentina y la Unión
Americana, se trata de ir construyendo una Agenda común
de discusión.
No se pretende establecer acuerdos políticos y programáticos,
ni de intentar una nueva versión de la Internacional.
Tampoco se trata de unificar conceptos teóricos o uniformar
concepciones, sino de encontrar y/o construir puntos comunes
de discusión. Algo así como construir imágenes
teóricas y prácticas que son vistas y vividas
desde lugares distintos.
Como parte de este esfuerzo de encuentro, el EZLN presenta
ahora estos 7 pensamientos. El "anclarlos" en un
horizonte espacial y temporal significa, por parte nuestra,
un reconocimiento de nuestras limitaciones teóricas,
prácticas y, sobre todo, de visión universal.
Este es nuestro primer aporte a la construcción de
una Agenda mundial de discusión.
Agradecemos a la revista mexicana Rebeldía el que nos
haya abierto sus páginas para estos pensamientos. Igualmente
agradecemos a las publicaciones que en Italia, Francia, el
Estado Español, la Unión Americana y América
Latina hacen lo mismo.
I. Teoría
El
lugar de la teoría (y del análisis teórico)
en los movimientos políticos y sociales suele obviarse.
Sin embargo, todo lo evidente suele esconder un problema,
en este caso: el de los efectos de una teoría en una
práctica y el "rebote" teórico de
ésta última. Y no sólo, el problema de
la teoría es también el problema de quién
produce esa teoría.
No empato la noción de "teórico" o
"analista teórico" con la de "intelectual".
Esta última es más amplia. El teórico
es un intelectual, pero el intelectual no siempre es un teórico.
El intelectual (y, por ende, el teórico) siente que
tiene el derecho de opinar sobre los movimientos. No es su
derecho, es su deber. Algunos intelectuales van más
allá y se convierten en los nuevos "comisarios
políticos" del pensamiento y de la acción,
reparten títulos de "bueno" y "malo".
Su "juicio" tiene que ver con el lugar en el que
están y con el lugar en el que aspiran a estar.
Nosotros pensamos que un movimiento no debe "devolver"
los juicios que recibe, y catalogar a los intelectuales como
"buenos" o "malos", según cómo
califican al movimiento. El anti-intelectualismo no es más
que una apología propia incomprendida, y, como tal,
define a un movimiento como "púber".
Nosotros creemos que la palabra deja huella, las huellas marcan
rumbos, los rumbos implican definiciones y compromisos. Quienes
comprometen su palabra a favor o en contra de un movimiento,
no sólo tienen el deber de hablarla, también
el de "agudizarla" pensando en sus objetivos. "¿Para
qué?" y "¿Contra qué?"
son preguntas que deben acompañar a la palabra. No
para acallarla o bajar su volumen, sino para completarla y
hacerla efectiva, es decir, para que se escuche lo que habla
por quien debe escucharla.
Producir teoría desde un movimiento social o político
no es lo mismo que hacerlo desde la academia. Y no digo "academia"
en sentido de asepsia u "objetividad" científica
(inexistentes); sino sólo para señalar el lugar
de un espacio de reflexión y producción intelectual
"fuera" de un movimiento. Y "fuera" no
quiere decir que no haya "simpatías" o "antipatías",
sino que esa producción intelectual no se da desde
el movimiento sino sobre él. Así, el analista
académico valora y juzga bondades y maldades, aciertos
y errores de movimientos pasados y presentes, y, además,
arriesga profecías sobre rutas y destinos.
A veces ocurre que algunos de los analistas de academia aspiran
a dirigir un movimiento, es decir, a que el movimiento siga
sus directrices. Ahí, el reproche fundamental del académico,
es que el movimiento no lo "obedezca", así
que todos los "errores" del movimiento se deben,
básicamente, a que no ven con claridad lo que para
el académico es evidente. Desmemoria y deshonestidad
suelen campear (no siempre, es cierto) en estos analistas
de escritorio. Un día dicen una cosa y predicen algo,
al otro día ocurre lo contrario, pero el analista ha
perdido la memoria y vuelve a teorizar haciendo caso omiso
de lo que dijo antes. No sólo, además es deshonesto
porque no se toma la molestia de respetar a sus lectores o
escuchas. Nunca dirá "ayer dije esto y no ocurrió
u ocurrió lo contrario, me equivoqué".
Enganchado en el "hoy" de los medios, el teórico
de escritorio aprovecha para "olvidar". En la teoría,
este académico produce el equivalente a la comida chatarra
del intelecto, es decir, no alimenta, sólo entretiene.
Otras veces, algún movimiento suple su espontaneismo
con el padrinazgo teórico de la academia. La solución
suele ser más perjudicial que la carencia. Si la academia
se equivoca, "olvida"; si el movimiento se equivoca,
fracasa. En ocasiones, la dirección de un movimiento
busca una "coartada teórica", es decir, algo
que avale y dé coherencia a su práctica, y acude
a la academia para surtirse de ella. En estos casos la teoría
no es más que una apología acrítica y
con algo de retórica.
Nosotros creemos que un movimiento debe producir su propia
reflexión teórica (ojo: no su apología).
En ella puede incorporar lo que es imposible en un teórico
de escritorio, a saber, la práctica transformadora
de ese movimiento.
Nosotros preferimos escuchar y discutir con quienes analizan
y reflexionan teóricamente en y con movimientos u organizaciones,
y no fuera de ellos o, lo que es peor, a costa de esos movimientos.
Sin embargo, nos esforzamos por escuchar todas las voces,
prestando atención no en quién las habla sino
desde dónde se habla.
En nuestras reflexiones teóricas hablamos de lo que
nosotros vemos como tendencias, no hechos consumados ni inevitables.
Tendencias que no sólo no se han convertido en homogéneas
y hegemónicas (aún), sino que pueden (y deben)
ser revertidas.
Nuestra reflexión teórica como zapatistas no
suele ser sobre nosotros mismos, sino sobre la realidad en
la que nos movemos. Y es, además, de carácter
aproximado y limitado en el tiempo, en el espacio, en los
conceptos y en la estructura de esos conceptos. Por eso rechazamos
las pretensiones de universalidad y eternidad en lo que decimos
y hacemos.
Las respuestas a las preguntas sobre el zapatismo no están
en nuestras reflexiones y análisis teóricos,
sino en nuestra práctica. Y, en nuestro caso, la práctica
tiene una fuerte carga moral, ética. Es decir, intentamos
(no siempre con fortuna, es cierto) una acción no sólo
de acuerdo a un análisis teórico, sino también,
y sobre todo, de acuerdo a lo que consideramos es nuestro
deber. Tratamos de ser consecuentes, siempre. Tal vez por
eso no somos pragmáticos (otra forma de decir "una
práctica sin teoría y sin principios").
Las vanguardias sienten el deber de dirigir algo o a alguien
(y en este sentido guardan muchas similitudes con los teóricos
de academia). Las vanguardias se proponen conducir y trabajan
para ello. Algunas hasta están dispuestas a pagar los
costos de los errores y desviaciones de su quehacer político.
La academia no.
Nosotros sentimos que nuestro deber es iniciar, seguir, acompañar,
encontrar y abrir espacios para algo y para alguien, nosotros
incluidos.
Un recorrido, así sea meramente enunciativo, de las
distintas resistencias en una nación o en el planeta
no es sólo un inventario, ahí se adivinan, más
que presentes, futuros.
Quienes son parte de ese recorrido y de quien hace el inventario,
pueden descubrir cosas que quienes suman y restan en los escritorios
de las ciencias sociales no alcanzan a ver, a saber, que importan,
sí, el caminante y su paso, pero sobre todo importa
el camino, el rumbo, la tendencia. Al señalar y analizar,
al discutir y polemizar, no sólo lo hacemos para saber
qué ocurre y entenderlo, sino también, y sobre
todo, para tratar de transformarlo.
La reflexión teórica sobre la teoría
se llama "Metateoría". La Metateoría
de los zapatistas es nuestra práctica.
II. El Estado Nacional y la polis
En
el agónico calendario de los Estados Nacionales, la
clase política era quien tenía el Poder de decisión.
Un Poder que sí tomaba en cuenta al poder económico,
al ideológico, al social, pero mantenía una
autonomía relativa respecto a ellos. Esa autonomía
relativa le daba la capacidad de "ver más allá"
y conducir a las sociedades nacionales hacia ese futuro. En
ese futuro, el poder económico no sólo seguía
siendo poder, sino que era más poderoso.
En el arte de la política, el artista de la polis,
el gobernante, era entonces un especializado conductor, conocedor
de las ciencias y las artes humanas, incluida la militar.
La sabiduría de gobernar consistía en el manejo
adecuado de los distintos recursos de conducción del
Estado. La mayor o menor recurrencia a uno o a varios de esos
recursos, definía el estilo de gobierno. Balance de
administración, política y represión,
una democracia avanzada. Mucha política, poca administración
y represión encubierta, una régimen populista.
Mucha represión y nada de política y administración,
una dictadura militar.
En ese entonces, en la división internacional del trabajo,
a los países con capitalismo desarrollado le correspondían
hombres (o mujeres) de Estado como gobernantes; a los países
con capitalismo deforme, les tocaban gobiernos de gorilas.
Las dictaduras militares representaban el verdadero rostro
de la modernidad: un rostro animal, sediento de sangre. Las
democracias no sólo eran una máscara que escondía
esa esencia brutal, también preparaban a las Naciones
para una nueva etapa donde el dinero encontrara mejores condiciones
de crecimiento.
La globalización, es decir, la mundialización
del mundo, no sólo está marcada por la revolución
tecnológica digital. La siempre presente voluntad internacionalista
del Dinero encontró medios y condiciones para destruir
las trabas que le impedían cumplir con su vocación:
conquistar con su lógica todo el planeta. Unas de esas
trabas, las fronteras y los Estados Nacionales, sufrieron
y sufren una guerra mundial (la IV). Los Estados Nacionales
se enfrentan a esta guerra careciendo de recursos económicos,
políticos, militares, ideológicos y, como lo
demuestran las guerras recientes y los tratados de libre comercio,
de defensas jurídicas.
La historia no terminó con la caída del Muro
de Berlín y el derrumbe del campo socialista. El Nuevo
Orden Mundial sigue siendo un objetivo en el orden de batalla
del dinero, pero en el campo yace ya, agonizando y esperando
la llegada de auxilio, el Estado Nacional.
Llamamos "sociedad del Poder" al colectivo de dirección
que ha desplazado a la clase política de la toma de
decisiones fundamentales. Se trata de un grupo que no sólo
detenta el poder económico y no sólo en una
nación. Más que aglutinada orgánicamente
(según el modelo de "sociedad anónima),
la "sociedad del Poder" se conforma por compartir
objetivos y métodos comunes. Aún en proceso
de formación y consolidación, la "sociedad
del Poder" trata de llenar el vacío dejado por
los Estados Nacionales y sus clases políticas. La "sociedad
del Poder" controla organismos financieros (y, por ende,
países enteros), medios de comunicación, corporaciones
industriales y comerciales, centros educativos, ejércitos
y policías públicos y privados. La "sociedad
del Poder" desea un Estado Mundial con un gobierno Supranacional,
pero no trabaja en su construcción.
La globalización ha significado una experiencia traumática
para la humanidad, sí, pero sobre todo para la sociedad
del Poder. Agobiada por el esfuerzo de pasar, sin mediación
alguna, de los barrios o comunidades a la Hiper-Polis, de
lo local a lo global, y mientras se construye el gobierno
Supranacional, la sociedad del Poder se refugia de nuevo en
un Estado Nacional que desfallece. El Estado Nacional de la
sociedad del Poder sólo aparenta un vigor que mucho
tiene de esquizofrenia. Un holograma, eso es el Estado Nación
en las metrópolis.
Mantenido por décadas como el referente de estabilidad,
el Estado Nacional tiende a dejar de existir, pero su holograma
permanece alimentado por los dogmas que luchan por llenar
el vacío no sólo producido por la globalización,
también remarcado por ella. La mundialización
del mundo en tiempo y espacio es, para el Poder, algo que
no acaba de ser digerido. Los "otros" ya no están
en "otra" parte, sino en todas partes y a todas
horas. Y para el Poder el "otro" es una amenaza.
¿Cómo enfrentar esa amenaza? Levantando el holograma
de la Nación y denunciando al "otro" como
agresor. ¿No fue uno de los argumentos del señor
Bush para las guerras en Afganistán e Irak que ambos
amenazaban a la "nación" norteamericana?
Pero, fuera de la "realidad" creada por CNN, las
banderas que ondean en Kabul y Bagdad no son las de las barras
y las estrellas, sino las de las grandes corporaciones multinacionales.
En el holograma del Estado Nación, la falacia por excelencia
de la modernidad, c´est a dire, "la libertad individual"
se haya prisionera en una cárcel que no por global
es menos opresiva. El individuo se desdibuja de tal forma
que ni la imagen de los "héroes" de antaño
puede ofrecerle la mínima esperanza de sobresalir.
El "self made man" no existe más, y, puesto
que es impensable hablar de "self made coporation",
la expectativa social se halla a la deriva. ¿Cuál
es la esperanza? ¿Volver a la disputa por la calle,
el barrio? Tampoco, la fragmentación ha sido tan despiadada
y descontrolada que ni siquiera esas unidades mínimas
de identidad se mantienen estables. ¿La familia-casa?
¿Dónde y cómo? Si la televisión
entró como reina por la puerta principal, el internet
entró como golpista por la hendidura del espacio cibernético.
En días pasados, casi cada casa del planeta fue invadida
por las tropas británicas y norteamericanas que ocuparon
Irak.
El Estado Nación que se abroga ahora el título
de "la mano divina de Dios" (los Estados Unidos
de América), existe sólo en la televisión,
en la radio, en algunos periódicos y revistas…,
y en los cines. En la fábrica de sueños de los
grandes consorcios mediáticos, los presidentes son
inteli-gentes y simpáticos, la justicia siempre triunfa;
la comunidad derrota al tirano, la rebeldía es respuesta
pronta y efectiva frente a la arbitrariedad, y el "y
vivieron muy felices" sigue siendo el final prometido
a la sociedad nacional. Pero en la realidad, las cosas son
todo lo contrario.
¿Dónde están los héroes de la
invasión a Afganistán? ¿Dónde
los de la ocupación de Irak? Quiero decir, el 11 de
septiembre del 2001 tuvo sus héroes, los bomberos y
habitantes de la ciudad de Nueva York trabajando por rescatar
a las víctimas del delirio mesiánico. Pero estos
héroes reales no le sirven al Poder, por eso fueron
rápidamente olvidados. Para el Poder el "héroe"
es el que conquista (es decir, destruye), no el que salva
(es decir, construye). La imagen del bombero cubierto de ceniza,
trabajando entre los escombros de las torres gemelas en Nueva
York, fue sustituida por la del tanque de guerra jalando la
estatua de Hussein en Bagdad.
La polis moderna (uso el término "polis"
en lugar del de "ciudad" para remarcar que me refiero
a un espacio urbano de relaciones económicas, ideológicas,
culturales, religiosas y políticas) sólo tiene
de la clásica (Platón), la imagen superficial
y frívola de las ovejas (el pueblo) y el pastor (el
gobernante).
Pero la modernidad trastocó por completo la imagen
platónica. Ahora se trata de un complejo industrial:
algunas ovejas se trasquilan y otras se sacrifican para obtener
alimento, las "enfermas" son aisladas, eliminadas
y "quemadas" para que no contaminen al resto.
El neoliberalismo se presentó como la administración
eficaz de esa mezcla de matadero-corral que es la polis, pero
señalando que la eficacia sólo era posible rompiendo
las fronteras de la polis y extendiéndolas (es decir,
invadiendo) a todo el planeta: la Hiper-Polis.
Pero resulta que el "administrador" (el gobernante-pastor)
ha enloquecido y ha decidido sacrificar todas las ovejas,
aunque el dueño no pueda comer todas… y aunque
no queden ovejas para trasquilar, ni para sacrificar mañana.
El viejo político, el de antaño (y no me refiero
al de "antes de Cristo", sino al de finales del
siglo XX), se especializaba en mantener las condiciones para
el crecimiento del rebaño y que hubiera ovejas para
una y otra cosa, y, además, de que las ovejas no se
rebelaran.
El neo-político no es ya más un pastor "culto",
es un lobo bobalicón e ignorante (que ni siquiera se
esconde tras una piel de oveja) que se conforma con comerse
la parte del rebaño que le cedan, pero ha abandonado
sus tareas fundamentales. El rebaño no tardará
en desaparecer… o en rebelarse.
¿Se podría pensar que de lo que se trata no
es de "humanizar" el corral-fabrica-matadero de
la polis moderna, sino de destruir esa lógica, arrancarse
la piel de oveja y, sin ovejas, descubrir que el "pastor-carnicero-trasquilador"
no sólo es inútil, sino que estorba?
La lógica de los Estados Nacionales era (a grandes
rasgos): una polis-ciudad aglutina un territorio (y no al
revés), una provincia aglutina una serie de polis,
una nación aglutina una serie de provincias. Ergo,
la polis-ciudad era la célula básica de la Nación
Estado y la Polis-Capital imponía su lógica
al resto de las polis.
Había entonces una especie de causa común, uno
o varios elementos que aglutinaban a esa Polis dentro de sí
misma, así como había elementos que aglutinaban
al Estado Nación (territorio, lengua, moneda, sistema
jurídico-político, cultura, historia, etcétera).
Estos elementos han sido erosionados y dinamitados (muchas
veces no en sentido figurado) por la globalización.
Pero, ¿qué con la polis en el desgaste actual
(casi hasta la desaparición) del Estado Nacional? Y,
¿qué fue primero?, ¿la Polis o el Estado
Nacional?, ¿el desgaste de la una o del otro? No importa,
cuando menos no para lo que ahora digo. Si la fragmentación
(y, por ende, la tendencial desaparición) del Estado
Nacional se debe a la fragmentación de la polis o viceversa,
no es el tema del que hablo.
Como en el Estado Nacional, en la Polis se ha extraviado lo
que la aglutinaba. Cada Polis no es más que una fragmentación
desordenada y caótica, una superposición de
polis que no sólo son diferentes entre sí, sino,
no pocas veces, contrarias.
El Poder del Dinero exige un espacio especial que no sólo
le sea espejo de su grandeza y bienestar, sino que, además,
lo proteja de las "otras" polis (las de los "otros")
que están a su alrededor y la "amenazan".
Estas "otras" polis no son semejantes a las comunidades
bárbaras de antaño. La Polis del Dinero trata
de incorporarlas a su lógica y necesita de ellas, pero,
al mismo tiempo, les teme.
Donde antes había un Estado Nacional (o disputando
aún el espacio con él) hay ahora una desordenada
acumulación de Polis. Las Polis del Dinero que hay
en el mundo son las "casas" de la "sociedad
del Poder". Sin embargo, donde antes había un
sistema jurídico e institucional que regulaba la vida
interna de los Estados Nacionales y la relación entre
ellos (estructura jurídica internacional), ahora no
hay nada.
El sistema jurídico internacional es obsoleto, y su
lugar está siendo ocupado por el sistema "jurídico"
espontáneo del Capital: la competencia brutal y despiadada
con cualquier medio, entre ellos, la guerra.
¿Qué son los programas de seguridad pública
de las ciuda-des sino la protección de los que tienen
todo frente a los que nada tienen? "Mutatis mutandi",
los programas de seguridad nacional ya no son nacionales frente
a otras naciones, sino contra todo y en todas partes. La imagen
de la ciudad rodeada (y amenazada) por cinturones de miseria
y la imagen de la nación hostigada por otros países,
se han empezado a transformar. La pobreza y la inconformidad
(esas "otras" que no tienen el buen gusto de desaparecer)
ya no están en la periferia, sino que se puede ver
casi en cualquier parte de las urbes… y de los países.
Lo que señalo es que el "reordenamiento",
que se practica en los gobiernos de las polis, de esos fragmentos,
como ensayo o "entrenamiento" para el reordenamiento
nacional, es inútil. Porque de lo que se trata, más
que de reordenar, es de aislar los fragmentos "nocivos"
y atenuar el impacto que puedan tener sus reclamos, luchas
y resistencias en la polis del dinero.
Quien gobierna la ciudad, sólo administra el proceso
de fragmentación de la polis, en espera de pasar a
administrar el proceso de fragmentación nacional.
La privatización del espacio en las ciudades no es
más que el temor violando sus propias disposiciones.
La polis se ha convertido en un espacio anárquico de
islas. La "convivencia" entre los pocos es posible
por el temor común que tienen al "otro".
¡Vivan las calles privadas! Seguirán las colonias
privadas, las ciudades, las provincias, las naciones, el mundo…
todo privatizado, es decir, aislado y protegido del "otro".
Pero el vecino pudiente no tardará también en
ser un "otro".
Lo que no hizo la guerra nuclear, pueden hacerlo las corporaciones.
Destruir todo, incluso lo que les da riqueza.
Un mundo donde no quepa ningún mundo, ni siquiera el
propio. Éste es el proyecto de la Hiper-Polis que ya
se levanta sobre los escombros del Estado Nación.
III. La política
¿Ya
no hay causas nacionales que aglutinen a las polis, a las
naciones, a las sociedades? ¿O ya no hay políticos
capaces de enarbolar esas causas? El descrédito de
la política es algo más que eso: tiene algo
de odio y rencor. El ciudadano común está pasando,
tendencialmente, de la indiferencia frente a las tropelías
de la clase política, a un repudio que adquiere formas
cada vez más "expresivas". El "rebaño"
se resiste a la nueva lógica.
El político de antaño definía la tarea
común. El moderno lo intenta y fracasa, ¿por
qué? Tal vez porque él mismo ha labrado su desprestigio
o, más bien, más que prostituir una causa, ha
prostituido un quehacer.
Carente de una realidad como referente, la clase política
moderna se fabrica de un holograma no del tamaño de
sus aspiraciones, sino del tamaño de su calendario
actual: quien gobierna un poblado no ha renunciado a gobernar
una ciudad, una provincia, una nación, el mundo entero,
es sólo que su hoy le determina un poblado… y
hay que esperar a las próximas elecciones para el siguiente
paso.
Si el Estado Nacional antes tenía la capacidad de "ver
más allá" y proyectar las condiciones necesarias
para que el capital se reprodujera "in crescendo"
y para ayudarlo a sortear sus crisis periódicas, la
destrucción de sus bases fundamentales le impiden cumplir
con esa tarea.
El "barco" social se haya a la deriva y el problema
no es sólo la falta de un capitán capaz, resulta
que se han robado el timón y no aparece por ningún
lado.
Si el dinero fue la dinamita, los "operarios" de
la demolición fueron los políticos. Al destruir
las bases del Estado Nacional, la clase política tradicional
también destruyó su coartada: los todopoderosos
atletas de la política ahora se miran sorprendidos
e incrédulos… un comerciante ñoño,
sin noción alguna de las artes del Estado, ni siquiera
los ha derrotado, simplemente los suplantó.
Esa clase política tradicional es incapaz de reconstruir
las bases del Estado Nacional. Como ave de rapiña se
conforma con alimentarse de los despojos de los países,
y se ceba en el lodo y la sangre sobre las que se construye
el imperio del dinero. Mientras engorda, el Señor del
Dinero espera en la mesa…
La libertad de mercado ha sufrido una metamorfosis terrible:
ahora eres libre de elegir a qué centro comercial ir,
pero la tienda es la misma y la marca del producto también.
La falaz libertad originaria en la tiranía de la mercancía,
"libre oferta y libre demanda" se ha hecho añicos.
Las bases de la "democracia occidental" han sido
dinamitadas. Sobre sus escombros se realizan campañas
y elecciones. La pirotecnia electoral brilla muy alto, tanto
que no alcanza siquiera a iluminar un poco las ruinas que
cubren el quehacer político.
De igual forma, la columna vertebral del quehacer gubernamental,
la Razón de Estado, no sirve más, ahora es la
Razón de Mercado la que dirige la política.
¿Para qué emplear políticos si los mercadólogos
entienden mejor la nueva lógica del Poder?
El político, es decir, el profesional del Estado, ha
sido suplantado por el gerente. Así la visión
de Estado se trastoca en visión de mercadotecnia (el
ge-rente no es más que un capataz de antaño,
que "cree" firmemente que el éxito de la
empresa es su propio éxito) y el horizonte se achica,
no sólo en distancia, también en su dimensión.
Los diputados y senadores ya no hacen leyes, esa labor la
cumplen los "lobbys" de asesores y consultores.
Huérfanos y viudos, los políticos tradicionales
y sus intelectuales se mesan los cabellos (los que tengan
aún) y ensayan una y otra vez nuevas coartadas para
ofrecerlas en el mercado de ideas: es inútil, ahí
sobran vendedores y no hay ningún comprador.
Acudir a la clase política tradicional como "aliada"
en la lucha de resistencia es un buen ejercicio… de
nostalgia. Acudir a los neo-políticos es un síntoma
de esquizofrenia. Allá arriba no hay nada que hacer,
como no sea jugar a que tal vez se puede hacer algo.
Hay quien se dedica a imaginar que el timón existe
y disputar su posesión. Hay quien busca el timón,
seguro de que quedó en alguna parte. Y hay quien hace
de una isla no un refugio para la autosatisfacción,
sino una barca para encontrarse con otra isla y con otra y
con otra…
IV. La guerra
En
el stress postmoderno de la sociedad del Poder, la guerra
es el diván. La catarsis de muerte y destrucción
alivia pero no cura. Las crisis actuales son peores que las
del pasado, y, por ende, la solución radical que el
Poder da para ellas, la guerra, es peor que las de antaño.
Ahora, el fraude más grande de la historia de la humanidad,
la globalización, ni siquiera tiene la delicadeza de
tratar de justificarse. Miles de años después
del surgimiento de la palabra, y con ella, de la razón
argumentada, la fuerza vuelve a ocupar el lugar decisivo y
decisorio.
En la historia de la consolidación del Poder, la convivencia
humana se convirtió en coexistencia. Y ésta
en guerra. El par dominante-dominado define ahora a la comunidad
mundial y pretende ser el nuevo criterio de "humanidad"
incluso para los fragmentos más dispersos de la sociedad
global.
El vacío dejado por los hombres de Estado es llenado,
en el holograma del Estado Nacional, por los gerentes y arribistas;
pero en el orden aparente del capital, los militares de empresas
(una nueva generación que no sólo lee y aplica
a Tzun Tzu, sino que tiene los medios materiales para realizar
sus movimientos y maniobras) incorporan la guerra militar
(para diferenciarla de las guerras económicas, ideológicas,
psicológicas, diplomáticas, etc.) como un elemento
más de su estrategia de mercado.
La lógica del mercado (más ganancias siempre
y a toda costa) se impone a la vieja lógica de guerra
(destruir la capacidad de combate del oponente). La legislación
internacional estorba entonces y, o debe ser ignorada, o debe
ser destruida. Se acabó el tiempo de las justificaciones
plausibles, ahora ni siquiera se hace mucho énfasis
en las justificaciones "morales" e incluso "políticas"
de la guerra. Los organismos internacionales son monumentos
inútiles y onerosos.
Para la sociedad del Poder, el ser humano puede ser cliente
o delincuente. Para adocenar al primero y eliminar al segundo,
el político da rostro legal a la violencia ilegítima
del Poder. La guerra ya no necesita de leyes que la "justifiquen"
o "avalen", basta con políticos que la declaren
y firmen las órdenes.
Si el gobierno de Estados Unidos se ha abrogado el papel de
"Policía" de la Hiper-Polis, habría
que preguntarse qué orden quiere mantener, qué
propiedad debe defender, qué delincuentes debe encarcelar,
y qué ley le da coherencia y orden a su actuar. Es
decir, quienes son los "otros" frente a los que
debe proteger a la sociedad del Poder.
No hay peor general para conducir una guerra que un militar,
por eso, antaño, los grandes generales, los ganadores
de las guerras (no los que peleaban las batallas), eran políticos,
hombres de Estado. Pero si ya no hay más de éstos,
entonces ¿quién está dirigiendo la actual
batalla de conquista mundial? Dudo que alguien, en su sano
juicio, pueda sostener que Bush o Rumsfeld dirigieron la guerra
en Irak.
Así que, o son militares los que dirigen o no son militares.
Si lo son, el resultado empezará a verse dentro de
poco. El militar no se da por satisfecho hasta que destruye
totalmente a su oponente. Totalmente, es decir, no derrotarlo,
sino desaparecerlo, acabarlo, aniquilarlo. Así la solución
a la crisis sólo es el preludio de una crisis mayor,
de un horror que es imposible describir con palabras.
Si no son militares, entonces ¿quién dirige?
Las corporaciones, pudiera responderse. Pero éstas
tienen lógicas que se sobreponen a las de los individuos
y los conducen. Como un ente con vida e inteligencia propia,
la corporación alecciona a sus miembros para ir en
tal dirección. ¿Cuál? La de la ganancia.
En esta lógica, el dinero se dirige a donde obtiene
más condiciones de ganancia rápida, creciente
y continua. ¿Se dirigirá entonces a donde menos
hay o a donde más hay? Sí, la corporación
irá, tendencialmente, en contra de otra corporación.
¿Resolverá el resultado de la guerra en Irak
la crisis que enfrentan las grandes corporaciones? No, o cuando
menos no en lo inmediato. El efecto distractor de un conflicto
para las expectativas del Estado-Nacional-Con-Aspiraciones-A-Ser-Supranacional,
tiene la duración de un spot televisivo.
"Ya ganamos en Irak", dirán los ciudadanos
de Estados Unidos, "¿y ahora? ¿Otra guerra?
¿En dónde? ¿Es esto el nuevo orden mundial?
¿Una guerra en todas partes y a todas horas, sólo
interrumpida por los anuncios comerciales?"
V. La cultura
Postrada
en el diván de la guerra, la sociedad del Poder baraja
sus complejos y fantasmas. Unos y otros tienen muchos nombres
y muchos rostros, pero un común denominador: "el
otro". Ese "otro" que, hasta antes de la globalización,
estaba lejos en tiempo y espacio, pero que la construcción
desordenada de la Hiper-Polis lo ha traído al "backyard",
al patio trasero de la sociedad del Poder.
La cultura del "otro" se vuelve el espejo odiado.
Pero no porque refleje al poder en su crueldad inhumana, sino
porque cuenta la historia del "otro". El diferente
que no sólo no depende del "yo" del Poder,
sino que también tiene su propia historia y esplendor
sin siquiera haberse dado cuenta de la existencia del "yo"
o haber supuesto su futura aparición.
En la sociedad del Poder, el fracaso del hombre en la convivencia,
su ser en el ser colectivo, se oculta detrás del éxito
individual. Pero éste último, oculta a su vez
que ese éxito es posible por la destrucción
del otro, del ser colectivo. Durante décadas, en el
imaginario del Poder, el colectivo ocupó el lugar del
mal, arbitrario, iracundo, cruel, implacable. El "otro"
es el rostro del rebelde Luzbel en la nueva "Biblia"
del Poder (que no predica la redención, sino la sumisión)
y es necesario expulsarlo de nuevo del paraíso. En
el papel de la espada flamígera, las "smart bombs".
El rostro del "otro" es su cultura, ahí está
su diferencia. Lengua, creencias, valores, tradiciones, historias,
se hacen cuerpo colectivo en una Nación y le permiten
diferenciarse de otras y, con base en esa diferencia, relacionarse
con otras. Una Nación sin cultura es una entidad sin
rostro, es decir, sin ojos, sin oídos, sin nariz, sin
boca… y sin cerebro.
Destruir la cultura del "otro" es la forma más
contundente de eliminarlo. El saqueo de las riquezas culturales
en Irak no fue producto de la desatención o desinterés
de las tropas de ocupación. Fue una acción militar
más en el plan de guerra.
En las grandes guerras, los grandes tiranos y genocidas dedican
esfuerzos especiales a la destrucción cultural. La
semejanza entre la fobia a la cultura de Hitler y la de Bush
no se debe a que manifiesten síntomEn las grandes guerras,
los grandes tiranos y genocidas dedican esfuerzos especiales
a la destrucción cultural. La semejanza entre la fobia
a la cultura de Hitler y la de Bush no se debe a que manifiesten
síntomas comunes de locura. La semejanza está
en los proyectos de mundialización que animaron a uno
y dirigen al otro.
La cultura es de las pocas cosas que mantienen aún
respirando al Estado Nacional. La eliminación de la
cultura será el tiro de gracia. Al funeral nadie asistirá
y no por falta de conocimiento, sino de "raiting".
VI. Manifiestos y manifestaciones
El
acto guerrero fundacional del nuevo siglo no es el desmoronamiento
de las torres gemelas, pero tampoco la caída sin gracia
ni espectáculo de la estatua de Hussein. El siglo XXI
arranca con el "NO A LA GUERRA" globalizado que
devolvió a la humanidad su esencia y la aglutinó
en una causa. Como nunca antes en la historia de la humanidad,
el planeta fue sacudido por este "NO".
Desde intelectuales de todas las tallas, hasta habitantes
iletrados de rincones ignorados de la tierra, el "NO"
se convirtió en puente que unió comunidades,
pueblos, villas, ciudades, provincias, países, continentes.
En manifiestos y manifestaciones, el "NO" buscó
la reivindicación de la razón frente a la fuerza.
Aunque ese "NO" se apagó en parte con la
ocupación de Bagdad, hay más de esperanza que
de impotencia en su eco. Sin embargo, algunos se han desplazado
en el terreno teórico y han cambiado la pregunta "¿Qué
hacer para detener la Guerra?", por esta otra: "¿Dónde
será la próxima invasión?".
Hay quien sostiene, ingenuo, que la declaración del
gobierno de EU de que no hará nada contra Cuba, demuestra
que no hay que temer una acción militar norteamericana
en contra de la isla caribeña. Los deseos del gobierno
norteamericano de invadir y ocupar Cuba son reales, pero son
algo más que deseos. Son ya planes con rutas, tiempos,
contingentes, etapas, objetivos parciales y sucesivos. Cuba
no es sólo un territorio a conquistar, es, sobre todo,
una afrenta. Una abolladura intolerable en el lujoso automóvil
de la modernidad neoliberal. Y los marines son los hojalateros.
Si esos planes se concretan, ya se verá, como ahora
en Irak, que el objetivo no era derrocar al señor Castro
Ruz, ni siquiera imponer un cambio de régimen político.
La invasión y ocupación de Cuba (o de cualquier
otro punto de la geografía mundial) no requiere de
los intelectuales "sorprendidos" de las acciones
de un Estado Nacional (acaso el último que se mantiene
como tal en América Latina) para control interno.
Si el gobierno norteamericano no se conmovió siquiera
por el tibio rechazo de la ONU y de los gobiernos del primer
mundo, ni se inmutó con la condena explícita
de millones de seres en todo el planeta, no lo animarán
ni detendrán las palabras de rechazo o aliento de los
intelectuales (hablando de Cuba, en fechas recientes se conoció
la "heroica" acción de soldados israe-líes:
ejecutaron a un palestino con un tiro en la nuca. El palestino
tenía 17 meses de edad. ¿Hubo alguna declaración,
algún manifiesto con firmas indignadas? ¿Horror
selectivo? ¿Cansancio del corazón? ¿O
el "condenamos en cualquier parte y de quien sea"
incluye ya y para siempre todas y cada una de las dosis de
terror que desde arriba indigestan a los de abajo? ¿Basta
decir una vez "no"?).
Tampoco lo detendrán las mo-vilizaciones de protesta,
por muy masivas y continuas que sean, aún dentro de
la Unión Americana.
Quiero decir: NO SÓLO.
Un elemento fundamental es la capacidad de resistencia del
agredido, la inteligencia para combinar formas de resistir,
y, algo que puede sonar "subjetivo", la decisión
de los seres humanos agredidos. El territorio a conquistar
(llámese Siria, Cuba, Irán, montañas
del sureste mexicano) tendría así que convertirse
en un territorio en resistencia. Y no me refiero a la cantidad
de trincheras, armas, trampas caza-bobos y sistemas de seguridad
(que son, sin embargo, también necesarias), sino a
la disposición (la "Moral" dirán algunos)
de esos seres humanos para resistir.
VII. La resistencia
Las
crisis preceden a la toma de conciencia de su existencia,
pero la reflexión sobre los resultados o salidas de
esas crisis se convierten en acciones políticas. El
rechazo a la clase política no es un rechazo al hacer
política, sino a una forma de hacerla.
El hecho de que, en el muy limitado horizonte del calendario
del Poder, no aparezca definida una nueva forma de hacer política
no significa que ésta no esté ya andando en
pocos o en muchos de los fragmentos de las sociedades en todo
el mundo.
Todas las resistencias, en la historia de la humanidad, han
parecido inútiles no sólo la víspera,
sino también ya avanzada la noche de la agresión,
pero el tiempo corre, paradójicamente, a su favor si
es concebida para ello.
Podrán caer muchas estatuas, pero si la decisión
de generaciones se mantiene y alimenta, el triunfo de la resistencia
es posible. No tendrá fecha precisa ni habrá
desfiles fastuosos, pero el desgaste previsible de un aparato
que convierte su propia maquinaria en su proyecto de nuevo
orden, terminará por ser total.
No estoy predicando la esperanza hueca, sino recordando un
poco de historia mundial y, en cada país, un poco de
historia nacional.
Vamos a vencer, no porque sea nuestro destino o porque así
esté escrito en nuestras respec-tivas biblias rebeldes
o revolucionarias, sino porque estamos trabajando y luchando
para eso.
Para ello es necesario un poco de respeto al otro que en otro
lado resiste en su ser otro, un mucho de humildad para recordar
que se puede aprender todavía mucho de ese ser otro,
y sabiduría para no copiar sino producir una teoría
y una práctica que no incluyan la soberbia en sus principios,
sino que reconozca sus horizontes y las herramientas que sirven
para esos horizontes.
No se trata de solidificar las estatuas existentes, sino trabajar
por un mundo donde las estatuas sirvan sólo para que
los pájaros se caguen en ellas.
Un mundo donde quepan muchas resistencias. No una internacional
de la resistencia, sino una bandera policroma, una melodía
con muchas tonadas. Si aparece di-sonante es sólo porque
el calendario de abajo está todavía por armar
la partitura donde cada nota encontrará su lugar, su
volumen y, sobre todo, su liga con las otras notas.
La historia está lejos de terminar. En el futuro, las
convivencias serán posibles, no por las guerras que
pretendieron dominar al otro, sino por los "no"
que dieron a los seres humanos, como antes en la prehistoria,
una causa común y, con ella, una esperanza: la de la
supervivencia… por la humanidad, contra el neoliberalismo.
Desde
las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.