“Que
la cultura de la vida pueda florecer y ganar contra la violencia,
a arrogancia, la prepotencia, la ignorancia”
Heidi
Giuliani.
Génova, Italia Rebelde.
I.
La Torre de Babel:
Entre el Maquillaje y el Closet
Siglo
XXI. El nuevo siglo repite arriba la vocación de su
antecesor: las propuestas políticas se fundamentan
en la dominación o la exclusión del otro. ¿Qué
hay de nuevo? Como antes, hoy se recurre a la guerra, a la
mentira, a la simulación, a la muerte. El Poder repite
la historia y nos trata de convencer que ahora sí va
a hacer la plana con buena letra.
El proyecto de mundo del Neoliberalismo no es mas que una
reedición de la Torre de Babel. Según el relato
del Génesis, empeñados en alcanzar las alturas,
los hombres consensan un proyecto descomunal: construir una
torre tan alta que alcance el cielo. El dios de los judeo-cristianos
castiga su soberbia con la diversidad. Hablando lenguas diferentes,
los hombres no pueden continuar con la edificación
y se dispersan.
El Neoliberalismo intenta la misma edificación, pero
no para alcanzar un cielo improbable, sino para librarse de
una buena vez de la diversidad, a la que considera una maldición,
y para asegurar al Poder el nunca de dejar de serlo. El anhelo
de eternidad surge, en los inicios de la historia escrita,
con quienes son Poder.
Pero la Torre de Babel neoliberal no se emprende sólo
en el sentido de conseguir la homogeneidad necesaria para
su construcción. La igualdad que destruye a la heterogeneidad
es igualdad con un modelo. "Seamos iguales a esto",
nos dice la nueva religión del dinero. Los hombres
no se parecen a sí mismos, ni unos a otros, sino a
un esquema que es impuesto por quien es el que hegemoniza,
el que manda, el que está arriba de esa torre que es
el mundo moderno. Abajo están todos los diferentes.
Y la única igualdad que hay en los pisos inferiores
es la de renunciar a ser diferentes, u optar por serlo en
forma vergonzante.
El nuevo dios del dinero repite la maldición primigenia
pero a la inversa: sea condenado el diferente, el otro. En
el papel del infierno: la cárcel y el cementerio. Al
"boom" de las ganancias de las grandes empresas
trasnacionales, lo acompaña la proliferación
de prisiones y camposantos.
En la nueva Torre de Babel la tarea común es la pleitesía
al que manda. Y quien manda lo hace sólo porque suple
la falta de razón con exceso de fuerza. El mandato
es que todos los colores se maquillen y muestren el deslucido
color del dinero, o que vistan su policromía sólo
en la oscuridad de la vergüenza. El maquillaje o el closet.
Lo mismo para homosexuales, lesbianas, migrantes, musulmanes,
indígenas, gente "de color", hombres, mujeres,
jóvenes, ancianos, inadaptados, y todos los nombres
que toman los otros en cualquier parte del mundo.
Este es el proyecto de la globalización: hacer del
planeta una nueva Torre de Babel. En todos los sentidos. Homogénea
en su forma de pensar, en su cultura, en su patrón.
Hegemonizada por quien tiene no la razón sino la fuerza.
Si en la Torre de Babel de la prehistoria la unanimidad era
posible por la palabra común (el mismo idioma), en
la historia neoliberal el consenso se obtiene con los argumentos
de la fuerza, las amenazas, las arbitrariedades, la guerra.
Puesto que vivir en el mundo es hacerlo en contigüidad
con el diferente, las opciones que tenemos son entre ser dominante
o dominado. Para lo primero el cupo está lleno y la
membresía es hereditaria. En cambio, para ser dominado
siempre hay vacantes y el único requisito es renegar
de la diferencia o esconderla.
Pero hay diferentes que se niegan a dejar de serlo. Para quienes
viven en la torre y no están en la cúspide,
existen formas de enfrentar a esos "inadaptados":
la condena o la indiferencia, el cinismo o la hipocresía.
En las leyes de la Torre neoliberal la posibilidad de reconocer
la diferencia está penada. El único camino permitido
es la sumisión de esa diferencia.
En la época moderna el Estado Nacional es un castillo
de naipes frente al viento neoliberal. Las clases políticas
locales juegan a que son soberanas en la decisión de
la forma y altura de la construcción, pero el Poder
económico hace tiempo que dejó de interesarse
en ese juego y deja que los políticos locales y sus
seguidores se diviertan… con una baraja que no les pertenece.
Después de todo, la construcción que interesa
es la de la nueva Torre de Babel, y mientras no falten materias
primas para su construcción (es decir, territorios
destruidos y repoblados con la muerte), los capataces y comisarios
de las políticas nacionales pueden continuar con el
espectáculo (por cierto el más caro del mundo
y el de menor asistencia).
En la nueva Torre, la arquitectura es la guerra al diferente,
las piedras son nuestros huesos y la argamasa es nuestra sangre.
El gran asesino se esconde detrás del gran arquitecto
(que si no se autonombra "Dios" es porque no quiere
pecar de falsa modestia).
En el relato bíblico, el dios judeo-cristiano castiga
la soberbia de los hombres con la diversidad. En la historia
moderna del Poder, dios no es mas que el agente de relaciones
públicas de la guerra (que sólo puede llamarse
moderna por el número de muertes y la cuota de destrucción
que cobra por minuto).
II. La Geografía de las Palabras
Si
la prehistoria terminó hace tres años o hace
20 siglos no parece importar mucho. Allá arriba, quienes
son el Poder y el Destino, se empeñan en convencernos
de que la historia se repite, a pesar de lo que digan los
calendarios. La aniquilación del diferente es moda
siempre actualizada. Y, aunque en esencia, nada hay de diferente
entre las catapultas del Imperio Romano y las "bombas
inteligentes" de Bush, ahora el avance tecnológico
funciona como el nuevo capellán de las tropas de ocupación
(pinta de bondad lo que no deja de ser un crimen a distancia),
y el escenógrafo espectacular (los bombardeos por televisión
se convierten en un entretenimiento de piroctenia "fascinante"
-CNN dixit)
Sin importar si nos damos cuenta o no, el Poder construye
e impone una nueva geografía de las palabras. Los nombres
son los mismos, pero ha cambiado lo nombrado.
Así, el error es doctrina política y el acierto
es herejía. El diferente es ahora el contrario, el
otro es el enemigo. La democracia es la unanimidad en la obediencia.
La libertad es sólo la libertad para elegir la forma
de esconder nuestra diferencia. La paz es el sometimiento
pasivo. Y la guerra es ahora un método pedagógico
para enseñar geografía.
Donde faltan las razones, pululan los dogmas. El dogma primero
respalda a la causa, después la deforma y la convierte
en destino. En el largavista del Poder, el horizonte es siempre
el mismo, inmutable y eterno. El lente del Poder es un espejo.
Lo diferente será siempre inesperado y a lo inesperado
siempre se opondrá el miedo. Y el miedo siempre se
hará fuerte en el dogma para aplastar lo inesperado.
En el largavistas del Poder, el mundo es plano, deslavado
y sucio.
Si un estadista no puede ser recordado por su obra humanitaria,
entonces que sea recordado por su obra criminal. Y así,
la historia del Poder se repite: los "próceres"
de ayer, hoy visten todas sus bajezas y rencores. Los "iluminados
de Dios" de hoy, serán los herejes de mañana.
Las palabras cambian y también las imágenes.
Antes, en la geografía de las estatuas, el dogma se
hacía piedra para honrar a sus fanáticos. Hoy
es en las portadas de las revistas, periódicos y noticieros
televisivos y radiales, que el dogma guarda memoria de sí
mismo en las hemerotecas, y se asegura de servir de coartada
para los continuadores de las pesadillas fundamentalistas.
En la moderna teoría del Estado, los seres humanos
nacen diferentes. Su incorporación a la sociedad consiste
en un proceso de educación que sería la envidia
del reformatorio más cruel. El esfuerzo de todo el
aparato de Estado se dirige en "igualar" a ese ser
humano, es decir en homogeneizarlo bajo una hegemonía:
la del que manda. El grado de éxito social, entonces,
se mide según se acerque o se aleje de un modelo. La
homogeneidad no es que todos seamos iguales, sino que todos
tratemos de ser iguales a ese modelo. Y el modelo es aquel
que se construye por quien es Poder. La hegemonía no
es sólo que uno mande, sino, además, que todos
nos esforcemos por obedecerlo.
Ahí está la homogeneidad, no todos tenemos las
mismas riquezas (y ni hablar de que unos pocos las tienen
a costa de otros muchos) ni las mismas oportunidades, pero
sí tenemos el mismo amo y la misma voluntad de obedecerlo
(que es otra forma de decir "servirlo").
Cuando se nos hace el símil de la sociedad con la familia
y se nos dice que debe haber reglas para la convivencia, se
"olvida" que el problema son "esas" determinadas
reglas. Ahí, las palabras cambian su geografía,
no dicen ya lo que dicen, sino lo que quieren ellos, los que
son Poder, que digan.
En algún momento de la historia moderna, la legalidad
suple la legitimidad y, cuando la legalidad es rota por los
de arriba es que las leyes deben adecuarse. Cuando es rota
por los de abajo, es que las leyes deben aplicarse…
para castigar su incumplimiento.
III. La Geografía del Poder
En
la geografía del Poder, uno no nace en una parte del
mundo, sino con posibilidades o no de dominar cualquier parte
del planeta. Si antes el argumento de superioridad era la
pertenencia a la raza, ahora es la geografía. Quienes
habitan el Norte no lo hacen en el norte geográfico,
sino en el Norte social, es decir, están arriba. Quienes
viven en el Sur, están abajo. La geografía se
ha simplificado: hay un arriba y un abajo. El lugar de arriba
es angosto y caben unos cuantos. El de abajo es tan amplio
que abarca cualquier lugar del planeta y tiene lugar para
toda la humanidad.
En la moderna Torre de Babel una sociedad se dice superior
si conquista a otras, no si tiene más adelantos científicos,
culturales, artísticos, mejores condiciones de vida,
mejor convivencia.
En la época moderna, el Poder lleva a cabo guerras
múltiples de conquista. Y no me refiero a "múltiples"
en el sentido de "muchas", sino en el sentido de
"en muchas partes y de muchas formas". Así,
las guerras mundiales hoy son más mundiales que nunca.
Pues si el vencedor sigue siendo uno, los vencidos son muchos
y en todas partes.
Con el argumento de las bombas se adjudican los espacios:
quienes las arrojan están en el Norte, en el "arriba"
de la Torre; quienes las reciben, están abajo, en el
sur.
Pero no son las bombas las que modifican la geografía.
Las bombas cambian el reparto de la geografía, su dominio.
Así, en ese espacio limitado por puntos y rayas, ahora
domina uno, mañana domina otro. Es lo que se llama
"geopolítica". En realidad los mapas geográficos
no señalan riquezas naturales, personas, culturas,
historias, sino quién o quiénes son los dueños
de ellas.
Para el poderoso, la humanidad entera es un niño que
puede ser dócil o rebelde. Las bombas le recuerdan
al infante humano la conveniencia de ser uno y la inconveniencia
de ser otro.
Hoy, los civiles en Irak, hombres, niños, mujeres y
ancianos, de pronto tienen algo en común con el próspero
empresario norteamericano. Éste fabrica los misiles
crucero, aquéllos los reciben. Los ejércitos
de EU y Gran Bretaña son sólo los amables carteros
que unen dos puntos tan lejanos geográficamente. Así
que lo que debemos agradecer a personas como Bush, Blair y
Aznar es el que se hayan tomado la molestia de haber nacido
en nuestra época. Sin personas como ellos, sería
impensable la geografía moderna.
Pero esa guerra no es contra Irak, o no sólo contra Irak. Es contra todo intento, presente o futuro, de desobedecer. Es una guerra contra la rebeldía, es decir, contra la humanidad. Es una guerra mundial en sus efectos y, sobre todo, en el NO que provocan.
IV. El destino de Polifemo
La
guerra del eje tragicómico Bush-Blair-Aznar y sus tramoyistas
en las "democracias" occidentales, tuvo ya su primer
fracaso. Intentó convencernos de que Irak está
en Medio Oriente, y no. Como lo dice cualquier libro de geografía
que se respete, Irak está en Europa, en la Unión
Americana, en Oceanía, en América Latina, en
las montañas del sureste mexicano, y en ese "NO"
mundial y rebelde que pinta un nuevo mapa donde la dignidad
y la vergüenza son casa y bandera.
Las movilizaciones en todo el planeta comprueban, entre otras
cosas, que ésta es una guerra contra la humanidad.
Si alguien ha entendido bien que Irak está hoy en cualquier
parte del planeta son los jóvenes. Cuando otros miran
un mapa y se consuelan midiendo los miles de kilómetros
que separan Bagdad de los lugares propios, los jóvenes
han comprendido que esas bombas (las explosivas y las de desinformación)
no sólo quieren destruir territorio iraquí,
sino el derecho a ser diferente.
Y cuando un joven pinta un "NO" en un cartel, en
un graffiti, en un cuaderno, en una voz, no sólo está
diciendo "No a la guerra en Irak", también
está diciendo "No a la nueva Torre de Babel",
"No a la homegeniedad", "No a la hegemonía".
Porque los jóvenes rebeldes usan el "No"
como pincel, y con él en la mano y en la mirada, pintan
y adivinan otra geografía.
Como el cíclope de la literatura griega, Polifemo,
el Poder hace del odio al diferente su único ojo. Es
en verdad muy fuerte y parece invencible. Pero, también
como a Polifemo, al Poder un fantasma llamado "Nadie"
le lanza el desafío.
Porque, cuando el poderoso se refiere a los otros, con desprecio
los llama "nadie". Y "nadie" es la mayoría
de este planeta.
Si el dinero quiere reconstruir el mundo como una torre que
satisfaga su soberbia, el "nadie" que hace andar
la rueda de la historia quiere también otro mundo,
pero uno redondo, que incluya a todas las diferencias con
dignidad, es decir, con respeto. No es al cielo al que aspira
la humanidad, sino a la tierra.
Y así "nadie" erosiona los cimientos de la
nueva Torre de Babel.
Porque la tierra es redonda para que ruede.
En el mundo que está por hacerse, a diferencia de éste
y los anteriores, cuya hechura se adjudica a dioses varios,
cuando alguien pregunte "¿quién hizo este
mundo", la respuesta será: "Nadie".
Y para adivinar ese mundo y empezar a construirlo, es necesario
ver muy lejos en la geografía del tiempo. Quien está
arriba es de mira corta y se equivoca cuando confunde a un
espejo con un largavistas. Quien está bajo, "nadie",
ni siquiera se para en las puntas de los pies para adivinar
lo que sigue.
Porque el largavistas del rebelde ni siquiera sirve para ver
unos pasos adelante. No es mas que un calidoscopio, donde
las figuras y los colores, cómplices unas y otros con
la luz, no son herramientas de profeta, sino una intuición:
el mundo, la historia, la vida, tendrán formas y modos
que no conocemos aún, pero deseamos. Con su calidoscopio,
el rebelde ve más lejos que el Poderoso con su largavistas
digital: ve el mañana.
Los rebeldes caminan la noche de la historia, sí, pero
para llegar al mañana. Las sombras no los inhiben para
hacer algo ahora y en el aquí de su geografía.
Los rebeldes no tratan de enmendar la plana o rescribir la
historia para que cambien las palabras y la repartición
de la geografía, simplemente buscan un mapa nuevo donde
haya espacio para todas las palabras.
Un mapa donde la diferencia entre las formas de decir "vida"
no esté en la boca de quien las dice, sino en la tonalidad
con las que se pronuncian.
Porque la música no se compone de una sola nota, sino
de muchas, y el baile no es sólo un paso repetido hasta
el hastío.
Así, la paz no será sino un concierto abierto
de palabras y muchas miradas en otra geografía…
Desde el Irak de las montañas del Sureste Mexicano,
y viendo el cielo ensombrecerse con los aviones y helicópteros
militares de la "Operación Centinela".
México, Marzo del 2003.