DURITO Y UNA DE TRENES Y PEATONES

 
Dice Durito (que alguna vez fue ferrocarrilero) que la política del Poder en el neoliberalismo ("escríbelo completo -me dice y ordena- porque no es una verdad para siempre, sino algo para el ahora"), es como un tren.

Dice Durito que en el tren de la política neoliberal, los vagones de adelante son disputados neciamente por quienes suponen que pueden conducir mejor, olvidando que la locomotora es la que lleva a los vagones y no al revés.

Dice Durito que los políticos ignoran también que la locomotora la conduce otro (aquel que habla la lengua del dinero) y que, en el descarrilamiento por venir, los vagones de lujo, los de adelante, son los primeros, sí, pero a la hora de desbarrancarse.

Dice Durito que a pie viaja la gente común y corriente.

Dice Durito que caminar es gratis, es más divertido y ahí uno decide a dónde va y a qué paso.

Dice Durito que la mayoría de la gente de a pie mira con indiferencia el paso de esa máquina que se precia de decidir su rumbo, y que olvida que no puede salirse de los rieles que las reglas de la política le imponen.

Dice Durito que la gente común y corriente no sólo no quiere conducir el tren y que, en algunos casos, se atreve a dudar del destino del viaje (que, además, se hace en su nombre, en su "representación").

Dice Durito que, entre la gente de a pie, hay unos que son rebeldes. Éstos no sólo critican el destino del viaje y el ridículo reparto discrecional de boletos. Incluso cuestionan la existencia misma del tren y se preguntan si realmente son necesarios los trenes. Porque sí, es cierto, se llega más rápido y más cómodo, pero uno llega adonde no quiere llegar.

Dice Durito que los zapatistas somos unos de esos peatones rebeldes (los "za-peatones"), y que somos el objeto de burla de quienes critican que no queramos comprar boleto y que viajan a toda velocidad… a la catástrofe.

Dice Durito que los zapatistas somos unos peatones muy otros. Porque, en lugar de ver con indiferencia el paso soberbio del tren, un zapatista ya se acerca sonriendo a la vía y pone un pie. Seguramente piensa, ingenuo, que así hará tropezar a la poderosa maquina y se descarrilará sin remedio.

Dice Durito que en los vagones, antes lugar de la feroz (y mezquina) lucha por un Poder que no está ahí, se unen ahora para, asomándose por las ventanas, burlarse del zapatista que, con su pie moreno, trata de detener el tren del Poder.

Dice Durito que en la madrugada del primero de enero de 1994 (llovía, hacía frío y una niebla densa cobijaba la ciudad), un indígena zapatista puso su pie para descarrilar el tren todopoderoso del PRI.

Dice Durito que 6 años después, el PRI yace en el fondo de la barranca y los restos son disputados por los que ayer se burlaron de ese indígena que, justo ahora, se venda con cuidado el pie, no porque le duela, sino porque allá se ve venir otro tren y otro y otro…

Dice Durito que si algo le sobra a los zapatistas son pies, porque se les hacen grandes a fuerza de caminar la larga noche del dolor a la esperanza.

Dice Durito que los zapatistas no terminarán de andar la noche hasta que los todos que son de a pie puedan decidir, no sólo sobre la existencia y rumbo del tren, también, y sobre todo, cuando en el andar de los peatones de la historia, haya muchas sillas bajo un manzano cargado de frutos… para todos.

"Porque de eso se trata todo esto, puesto que manzanas, sillas y trenes", dice Durito mientras ve, satisfecho, que la semilla que sembró hace tiempo ya levanta un palmo de la tierra que, cómplice y solidaria, la guardó.



Subcomandante Insurgente Marcos
Enero del 2003.
A pie y ya entrados en el año diez de la guerra contra el olvido.