¡Insurgentas! (La Mar en marzo)
Carta 6. e.
A las que cayeron
A las que siguen
A las que vendrán...
Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Miguel Hernández
Tardan las cartas y son poco
para decir lo que uno quiere.
Jaime Gil de BiedmaHaciendo malabarismos con su nocturno sombrero, la liebre de marzo está indecisa. No sabe aún si lloverse o conformarse con dejar el cielo manchado de tinta negra. Febrero ha quedado atrás, y con él sus propios desconciertos de vientos, soles y lluvias. Ahora es el marzo femenino, el del 8 y el del 21, el de las mujeres zapatistas, el de las insurgentas.
Ya antes he hablado de las mujeres insurgentes, las insurgentas, de nuestro estar junto a ellas, de sus pequeños y grandes heroísmos. Cada 8 de marzo, los insurgentes nos ponemos frente a las insurgentas y les damos el saludo militar. Por lo regular suele seguir una pequeña fiesta con los magros recursos de nuestros campamentos de montaña. Desde los comienzos del EZLN, las mujeres han estado en las montañas del sureste mexicano. Conforme pasó el tiempo, más se fueron incorporando a ese pequeño grupo delirante que el mundo conocería después como Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Hay cosas, pequeñas, cotidianas, que forman parte de la vida guerrillera y son como cuotas que la montaña impone a quienes se atreven a ser parte de ella. Conozco todas y cada una de esas dificultades, y sé bien que para las mujeres son dobles. No porque nosotros las impongamos de esa forma, sino por cosas que vienen de otras partes y otros tiempos.
Si a alguno le causa admiración el hecho de que alguien abandone su historia y, como decimos nosotros, se "enmonte" eligiendo la profesión de soldado insurgente, debería detenerse a ver a quienes hacen esa elección siendo mujeres. Su admiración sería doble. Además de enfrentarse a un medio físico que es particularmente agresivo, las insurgentas deben también enfrentarse a un código cultural que, por encima de la división mestizo-indígena, determina espacios (quiero decir actitudes, lugares, cargos, trabajos, responsabilidades y los etcéteras múltiples que agrega una sociedad construida en la exclusión) que no son para mujeres. Si una insurgenta piensa que bastante trabajo tiene al cargar, caminar, entrenar, combatir, estudiar y trabajar a la par de los varones, se equivoca. Siempre puede ser peor. Y lo peor es, en nuestro caso, ser mando.
Mayoritariamente indígena, el EZLN lleva consigo no sólo la esperanza de algo mejor para todos; también arrastra sinsabores y cegueras del mundo que queremos dejar a un lado. Si en las comunidades indígenas y en las ciudades las mujeres deben enfrentarse a un mundo en el que el ser varón es privilegio que excluye a los diferentes (féminas y homosexuales), en la montaña y como mandos de tropa deben enfrentarse a la resistencia mayoritaria de los insurgentes a recibir órdenes de una mujer. Si esa resistencia se vio mermada fuertemente en los combates de 1994, no quiere decir que haya desaparecido del todo. Invariablemente el varón sentirá que puede hacerlo mejor que su mando si éste es una ésta, una mujer. Algo semejante ocurre en los pueblos, pero ahora me concreto a hablar de las tropas regulares, de los insurgentes... y las insurgentas.
En días pasados, por méritos propios, hubo una sola promoción en el EZLN, es decir un ascenso de grado militar. Una insurgenta, Maribel, ascendió de capitán primero a mayor de infantería. La ahora mayor Maribel sigue siendo chaparrita y morena, sigue siendo mujer, lo único que ha cambiado es que ahora comanda un regimiento entero. A los problemas que enfrenta en su nueva condición de mando de zona agrega los que le corresponden por ser mujer.
Como ella, otras compañeras, con o sin mando, en armas y servicios, cumplen rigurosamente en el pago de su cuota de entrega y sacrificio, al igual que todos los combatientes. Pero si ahora la parte menos expuesta a las luces de los reflectores exteriores es la de la tropa insurgentes, las insurgentas suman una sombra más a la del pasamontañas que portan: son mujeres.
Y, me toca decirlo, suman también un rango superior de heroísmo al de nosotros los hombres. Podemos no entenderlo (a pesar de reglamentos y estatutos, de la ley revolucionaria de mujeres y pláticas y declaraciones), pero no dejaremos de reconocerlo.
Y junto a Maribel están otras oficiales: en lo que llamamos "Servicio de Sanidad" están las capitanas insurgentas Oli-Ale (la mujer con más años en activo dentro del EZLN) y Mónica, y la teniente insurgenta Aurora. Hay más, oficiales y de tropa.
A algunas ya las mencioné, hace años, en una ocasión como ésta; a otras no las nombro porque ya habrá ocasión para hacerlo. Antes de ellas fue Alicia, del grupo inicial que en 1983 fundó el EZLN y primera mujer con mando de tropa (así que la primera, en montaña, en enfrentar el problema de, siendo mujer, mandar hombres). Poco después llegó Lucía, la insurgenta autora de la letra del Himno Zapatista (y de muchas de las canciones que hoy se escuchan en las noches de las montañas del suresta mexicano). Y antes todavía fueron Marcia (la primera mujer en la guerrilla zapatista, caída en combate en 1974), Dení Prieto S. (caída en combate en 1974), Soledad (caída en combate en 1974), Julieta Glockner (caída en combate en 1975) y Ruth (caída en combate en 1983; fue quien me enseñó a disparar).
A través de todas ellas, y con ellas, está Lucha, a quien llamamos "la insurgenta de acero inoxidable". Más de 30 años en la clandestinidad hacen que el pasamontañas de Lucha brille de manera especial entre nosotros. Hoy, a pesar del cáncer que apenas le incomoda, Lucha sigue siendo la más primera de nuestras mujeres guerreras, la memoria mejor.
Este 8 de marzo, saludando a nuestras actuales insurgentas, saludamos a todas las que las y nos precedieron, y que, en más de un sentido, nos trascienden.
Sobre el apelativo de insurgentas contaré algo. La anécdota puede ser ubicada en cualquier tiempo y lugar de esa ignorada cotidianeidad de la vida de montaña.
Me encontraba dirigiendo un entrenamiento militar. Entre ejercicio y ejercicio táctico, la columna guerrillera trotaba al ritmo de consignas más o menos evidentes: yo gritaba, por ejemplo, "¿Quién vive?", y la tropa respondía al unísono "¡La Patria!" Así se hacía y se hace. Una de las consignas de marcha de combate es cuando el mando pregunta: "¿Qué somos?", y todos responden "¡Insurgentes!"
Ese día que ahora les narro, la mitad de la columna estaba formada por mujeres, cuando grité "¿Qué somos?", y entonces sí, nítidamente, pude escuchar que, mientras los varones respondían "¡Insurgentes!", las mujeres remontaban la voz de los hombres e imponían su grito de "¡Insurgentas!" Me quedé en silencio. Di la orden de romper filas a los varones. Ya con sólo mujeres al frente repetí: "¿Qué somos?" Ellas respondieron, ya sin interferencia alguna, fuerte y firme, "¡Insurgentas!" Las quedé mirando desconcertado y noté una sonrisa leve en sus rostros. Volví al "¿Qué somos?" y repitieron "¡Insurgentas!" Encendí la pipa y fumé despacio, viendo hacia ninguna parte.
Llamé a todos a formación y les dije, palabras más, palabras menos: "Hoy aprendimos que vamos a ganar. ¿Alguna pregunta?" Silencio. Con voz fuerte ordené: "¡Atención insurgentes... -voltee a mirar a las compañeras y agregué:- e insurgentas! ¡Romper filas, ya!" El sonido de las botas fue, ese sí, homogéneo. Menos mal, mascullé para mis adentros. Se fueron a la intendencia todos... y todas. Yo me quedé fumando, viendo cómo la tarde, femenina como es, se vestía de mar y lila, de insurgenta.
Las insurgentas zapatistas...
Ahora, esta vez, quiero hablar más de una de ellas. Sobre esta mujer puedo decirles que es una más de nosotros, pero para mí no es una más, es una de única. La Mar no es un personaje literario, es una mujer, es una zapatista. Ella fue la arquitecta de la consulta nacional e internacional de hace un año (y parte importante de todas y cada una de las iniciativas de paz en estos seis años) y, como frecuentemente ocurre con las zapatistas, su anonimato es doble por el hecho de ser mujer. Ahora, puesto que 8 de marzo, quisiera dejar claro que, aunque me corresponde la figura pública las más de las veces, muchas iniciativas son autoría, en su diseño y concreción, de otros compañeros y compañeras. En el caso de la consulta, fue una mujer, una zapatista: La Mar. Apenas pasado el 21 de marzo, tomó su mochila y se incorporó a su unidad...
También hay que recordar que en esa consulta la movilización de las mujeres (en México y en el mundo) fue la columna vertebral: en la oficina de contacto (nacional e internacional), en las brigadas, en las coordinadoras, en las mesas de votación, en los actos, las mujeres (de todos tamaños, orígenes, condiciones, colores, edades) fueron mayoría. Así que para saludar a las mujeres que luchan y, sobre todo, a las mujeres que luchan y no se ven en varios sentidos, las insurgentas, salen estas líneas. Para celebrarlas he pedido el acompañamiento de un antiguo sabio indígena: el viejo Antonio, y del más intrépido y galán caballero que han visto estos mundos: Durito (alias Nabucodonosor, alias don Durito de la Lacandona, alias Black Shield, alias Cherloc Jolms, alias Durito Heavy Metal, alias lo que se le ocurra). Sale pues, feliz día a las mujeres rebeldes, a las sin rostro, a las insurgentas...
Mal de amores
Allá abajo es otra vez marzo, reiterando sus tres primeras letras en los ojos que, trigo en la luz, leen. Fito Páez me acompaña a regalar un vestido y un amor, y en la grabadorita se me adelanta en el "todo lo que diga está de más". Yo aprovecho una ráfaga de viento y me llego hasta donde Durito, afanoso, clavetea y aserra a saber qué sobre su lata de sardinas. Ya sé que antes he dicho que se trata de un barco pirata. De hecho, Durito me ha volteado a ver con unos ojos de afilada daga cuando he escrito "lata de sardinas", pero lo he hecho sólo para que el lector pueda recordar que Durito es ahora Black Shield (Escudo Negro), el famoso pirata que heredara del difunto Barbarroja una encomienda harto difícil. La embarcación con la que Durito, perdón, quise decir Escudo Negro, llegó hasta acá se llama "Pon tus barbas a remojar" por razones que aún ignoro. Durito me ha propuesto que lo acompañe a la búsqueda de un tesoro. Todo eso ya lo he contado en una carta anterior, así que no abundo en ello. El caso es que en este marzo de la mar, me he llegado hasta donde Durito trabaja para ver qué hace y pedir orientación y consejo.
Durito da los últimos golpes a lo que supongo es un mastelero con velacho cuando carraspeo para refrendar mi presencia. Dice:
-Bien, ya está. Ahora, contigo en la proa, no habrá advertencia que se nos oponga.
Yo sonrío con melancolía y miro con desapego el barco. Durito me reconviene:
-No es un barco cualquiera. Es una galera, clásica embarcación destinada a la guerra por allá en el siglo XVI. La galera puede ser impulsada por velas o gracias a los remos manejados por los llamados "condenados a galeras".
Hace una pausa y sigue:
-Y hablando de velas, ¿se puede saber por qué la tristeza que te vela la mirada?
Hago un ademán de "no tiene importancia".
Durito interpreta y dice:
-¡Ah! Mal de amores...
Pausadamente deja de lado martillo y serrucho, desembarca y, sacando su pequeña pipa, se sienta a mi lado.
-Me supongo, mi futuro espolón de proa, que lo que te tiene triste y apesadumbrado no es otra cosa que una fémina, una hembra, una mujer, pues.
Yo suspiro. Durito sigue:
-Mira, mi querido marinero de tina de baño: si quien os desvela es una mujer, pero una de única, entonces el mal es grave pero el remedio es posible.
Yo me confesé:
-Resulta que sí, que es una mujer, una de única, ella que es mar por muchas más cosas que el "Mariana" que la nombra. En mala fecha me alejé de ella y ahora no encuentro el modo o forma de que me acoja de nuevo en sus humedades, que olvide malas tempestades, que me perdone, pues.
Durito da una larga bocanada y sentencia:
-Grandes y graves son tus faltas y extravíos, pero algo podré aconsejarte si prometes seguir mis indicaciones al pie de la letra.
Yo dije "sí", con un entusiasmo que hizo a Durito saltar del susto. Como puede se recompone el parche del ojo y dice:
-Es preciso recurrir a un hechizo. En el amor el mundo es, como siempre, un rompecabezas, pero resulta que si uno de único se encuentra con una de única, las piezas adquieren sentido y forma y el rompecabezas se dilata y rompe caras, brazos y piernas.
-Y pechos -digo yo, frotando la angustia que siento en el mío.
-Bueno, a lo que voy es a que el hechizo sólo tendrá efecto si ella, La Mar en tu caso, está dispuesta a someterse a él, porque si no, todo será inútil. Quiero decir que el hechizo no funciona si la persona hechizada no está consciente de que está hechizada.
-Extraño hechizo éste.
Durito continúa sin hacerme caso:
-Tráele un recuerdo bueno, uno de esos que sirven para ver hacia delante y lejos, uno que le haga levantar la mirada y andarla largo y hondo. Dile que mire hacia delante, no al día siguiente, no a la próxima semana o al año entrante. Más adelante, más allá. No le preguntes qué ve. Sólo mírala mirar hacia delante. Si ves que su mirada se sonríe con ternura, entonces estarás perdonado y habrá trigo y playa y mar y viento y entonces podrás navegar de nuevo, que eso y no otra cosa es el amor.
Durito vuelve a tomar sus bártulos y continúa arreglando la galera. El destino del viaje es aún desconocido para mí, pero Durito guarda silencio, dándome a entender que debo irme a cumplir lo que me ha dicho.
Yo deambulo aún un poco más por la madrugada. Busco encontrar a La Mar en el lecho. Yo sé que ustedes piensan que hablo de la cama, pero acá lecho es cualquier lecho o mesa o suelo o silla o aire, siempre que nuestra sombra se duplique en el otro, nunca uno, siempre dos, pero tan juntos. Si no es así, entonces no se trata de un lecho,
para hablar de lecho se necesitan dos. Pienso si La Mar duerme, será un problema despertarla con esta historia absurda del hechizo. Entonces se me ocurre que debiera abordar el asunto indirectamente, acercarme silbando alguna tonada, comentar el clima... o intentar un poema de amor.
Pero el problema está en que, intuyo, el poema de amor guarda un candado, un último secreto, que sólo unos pocos, muy pocos, casi nadie, alcanzan a abrir, a descubrir, a liberar. Uno se queda con la impresión de que lo que uno siente por alguien, ya ha encontrado en palabras ajenas su formulación perfecta, redonda, completa. Y uno arruga el papel (o, en tiempos cibernéticos, decreta el delete al archivo en cuestión) con los lugares comunes en los que el sentimiento se hace letra. No sé mucho de poesía amorosa, pero sí lo suficiente como para que, cuando algo así acude a mis dedos, sienta que parece más una malteada de fresa que un soneto de amor. En suma, la poesía, y más en concreto la poesía amorosa, es para cualquiera, pero no cualquiera tiene la llave que abre su más alto vuelo. Por eso, cuando puedo, convoco a los poetas amigos y enemigos y en el oído de La Mar renuevo los plagios que, balbuceados apenas, parecen míos. Sospecho que ella lo sabe, en todo caso no me lo hace saber y cierra los ojos y deja que mis dedos le peinen los cabellos y los sueños.
Me acerco y pienso y siento y me digo que qué ganas de volver al inicio, de recomenzar, de volver al trazo primero de la primera letra, la "A" del largo alfabeto de la compañía, volver al dibujo primero que nos hace dos juntos y empezar a crecer de nuevo y, de nuevo, afilar la punta de la esperanza. Allí está. Duerme. Me acerco y...
(...)
Y todo esto viene a cuento, o a cuenta, porque en este mar de marzo todo parece oler a desolación, a impasse, a irremediable caída, a frustración. Porque, estoy seguro, a todos ustedes les parecerá raro que hoy me atreva profetizar el retorno de banderas de todos los colores poblando, desde abajo, campos, calles y ventanas. Y me atrevo a hacerlo porque miro a esta mujer zapatista, su tierno empeño, su duro amor, su sueño. La miro y por ella y, sobre todo, con ella, prometo y me prometo nuevos aires para esas banderas hermanas, pendones volanderos que inquieten y desvelen a ricos y pobres, aunque por diferentes razones a unos y otros. Prometo y me prometo, justo en mitad de la noche más tediosa, otro mañana, no el mejor pero sí más bueno. Por esta mujer que, en las mañanas y frente mío, aguza el oído y se faja la pistola mientras me dice: "Ahí viene el helicóptero", como si dijera "llaman a la puerta". Por esta zapatista, por esta mujer, y por muchas como ella que, dos y tres veces detrás, ponen el hombro para que no se caiga lo poco de bueno que queda, y para, con ese material, empezar ya a construir eso que parece tan lejano hoy: el mañana.
Vale. Salud a todas y para ella, además, una flor.
Desde las montañas del sureste mexicano
Subcomandante insurgente Marcos
México, marzo del 2000
PD QUE CUMPLE LA DUPLICIDAD: Aquí les anexo el recuerdo que le regalé a La Mar. Así es como esta carta 6. e. consigue su ala doble y emprende el vuelo necesario para toda carta. Sale y vale:
Cuento para una noche de angustia
Le digo a La Mar que, por alguna razón que no alcanzo a entender, el viejo Antonio pudo haber leído en alguna parte al filósofo alemán Imannuel Kant. En lugar de apasionarse con la xenofobia, el viejo Antonio tomaba del mundo entero todo lo dable por bueno, sin importar la tierra que lo pariera. Al referirse a personas buenas de otras naciones, el viejo Antonio usaba el término "internacionales", y el vocablo "extranjeros" sólo para los ajenos al corazón, no importaba que fueran de su mismo color, lengua y raza. "A veces hasta en una misma sangre hay extranjeros", decía el viejo Antonio para explicarme la absurda necedad de los pasaportes.
Pero, le digo a La Mar, la historia de las nacionalidades es otra historia. La que ahora recuerdo se refiere a la noche y sus caminos.
Fue una madrugada de esas con las que marzo afirma su vocación delirante. A un día con un sol como látigo de siete puntas, se siguió una tarde de nubarrones grises. Para la noche ya un viento frío amontonaba nubes negras encima de una Luna deslavada y tímida.
El viejo Antonio había dejado pasar la mañana y la tarde con la misma parsimonia con la que ahora encendía su cigarro. Un murciélago revoloteó a nuestro rededor por un instante, seguramente alterado por la luz con la que el viejo Antonio dio vida a su cigarrillo. Y, como el tzotz, de pronto apareció en medio de la noche...
La historia del aire de la noche
Cuando los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros, se pensaron en cómo y para qué iban a hacer lo que iban a hacer, hicieron una su asamblea donde cada cual sacó su palabra para saberla y que los otros la conocieran. Así, cada uno de los más primeros dioses iba sacándose una palabra y la aventaba al centro de la asamblea y ahí rebotaba y llegaba a otro dios que la agarraba y la aventaba de nuevo, y así como pelota iba la palabra de un lado a otro hasta que ya todos la entendían y entonces hacían un su acuerdo los dioses más grandes que fueron los que nacieron todas las cosas que llamamos mundos. Uno de los acuerdos que encontraron cuando sacaron sus palabras fue el que cada camino tuviera su caminante y cada caminante su camino. Y entonces iban naciendo las cosas completas, o sea, cada quien con su cada cual.
Así fue como nacieron al aire y lo pájaros. O sea que no hubo primero aire y luego pájaros para que lo caminaran, ni tampoco se hicieron los pájaros primero y después el aire para que lo volaran. Igual hicieron con el agua y los pescados que la nadan, la tierra y los animales que la andan, el camino y los pies que lo caminan.
Pero hablando de los pájaros, hubo uno que mucho protestaba contra el aire. Decía este pájaro que mejor y más rápido volara si el aire no se le opusiera. Mucho rezongaba este pájaro porque, aunque su vuelo era ágil y veloz, siempre quería que fuera más y mejor, y si no podía serlo era porque, decía él, el aire se convertía en un obstáculo. Los dioses se fastidiaron de que mucho malhablaba este pájaro que en el aire volaba y del aire se quejaba.
Así que, de castigo, los dioses primeros le quitaron las plumas y la luz de los ojos. Desnudo lo mandaron al frío de la noche y ciego debía volar. Entonces su vuelo, antes gracioso y ligero, se volvió desordenado y torpe.
Pero ya hallado y después de muchos golpes y tropiezos, el pájaro éste se dio la maña de ver con los oídos. Hablándole a las cosas, este pájaro, o sea el tzotz, orienta su camino y conoce el mundo que le responde en lengua que sólo él sabe escuchar. Sin plumas que lo vistan, ciego y con un vuelo nervioso y atropellado, el murciélago reina la noche de la montaña y ningún animal camina mejor que él los oscuros aires.
De este pájaro, el tzotz, el murciélago, aprendieron los hombres y mujeres verdaderos a darle valor grande y poderoso a la palabra hablada, al sonido del pensamiento. Aprendieron también que la noche encierra muchos mundos y que hay que saber escucharlos para irlos sacando y floreciendo. Con palabras nacen los mundos que la noche tiene. Sonando se hacen luces, y tantos son que no caben en la tierra y muchos terminan por acomodarse en el cielo. Por eso dicen que las estrellas se nacen en el suelo.
Los más grandes dioses nacieron también a los hombres y las mujeres, no para que uno fuera camino del otro, sino para que fueran al mismo tiempo camino y caminantes del otro. Diferentes los hicieron para estarse juntos. Para que se amaran hicieron los más grandes dioses a los hombres y mujeres. Por eso el aire de la noche es el más mejor para volarse, para pensarse, para hablarse y para amarse.
Termina el viejo Antonio su historia en el marzo de allá. En el marzo de acá, La Mar navega un sueño donde la palabra y los cuerpos se desnudan, caminan los mundos sin chocarse y el amor puede volarse sin angustias. Allá arriba, una estrella descubre un lugar vacío en el suelo y rápido se descuelga, dejando un momentáneo rasguño en la ventana de esta madrugada. En la grabadorita Mario Benedetti, un uruguayo de todo el mundo, dice: "Ustedes pueden irse, yo me quedo".
OTRA PD: ¿Aceptó La Mar el hechizo? Es, como diría no sé quién, una incónita.
Vale de nuez. Salud y marzo, como siempre, viene muy loco.
El Sup esperando como es ley, es decir, fumando...