Para: Carlos Fuentes.

 

De inmediato se perciben varias tensiones. Una es la continuidad de la lucha social en México: la Revolución Mexicana (...) en realidad comenzó un día después de la caída de los aztecas ante el conquistador Hernán Cortés. La segunda es la tensión, dentro de esa continuidad, entre el dinamismo de la modernización y los valores de la tradición. Esto implica, en cada etapa de la historia de México, un ajuste entre el pasado y el presente cuyo rasgo más original es la admisión de la presencia del pasado. Nada parece estar totalmente cancelado por el futuro en la experiencia mexicana: formas de vida y reclamos legales que datan de la época de los aztecas o de los siglos coloniales son aún relevantes en nuestros tiempos.

     (...) Casi setenta años después de la muerte de Zapata, México enfrenta de nuevo una crisis y la necesidad de un cambio. Un enorme desarrollo ha tenido lugar simultáneamente con una gran injusticia. Otra vez México debe buscar las soluciones a su modernización económica en la modernización política. La sociedad, como en 1910, ha rebasado a las instituciones. Pero, una vez más, la modernización no puede alcanzarse a costa de las pequeñas comunidades agrarias, el mundo olvidado de Villa y Zapata (...) si México ha de lograr un crecimiento constante, debe, al menos, permitir que el poderoso Estado central entienda el pacífico desafío de autogobierno que se plantea desde abajo. El aspecto cultural se convierte una vez más en relevante, ya que la continuidad de la historia de México implica un esfuerzo para admitir la presencia del pasado, uniendo la tradición con el desarrollo.

Carlos Fuentes, Prólogo a El México revolucionario,

de John Mason Hart, Alianza Editorial Mexicana, México, 1990.

 

No sé cuándo haya escrito usted estas líneas, pero bien valen para este año que nos persigue.

Por causas y azares diversos me veo a mi mismo escribiéndole a usted esta carta. Me veo a mí mismo buscando las palabras, las imágenes, los pensamientos necesarios para tocar en usted lo que de pasado y futuro sintetiza su quehacer cultural y político.

Me veo a mí mismo en el empeño de convencerlo a usted de que esa nueva crisis y esa necesidad de cambio, que acarician y cohíben en el aire mexicano, necesitan de su mirada, de su palabra. Me veo a mí mismo sin rostro, sin nombre, dejando a un lado armas y toda la parafernalia militar que nos oprime, tratando de hablarle de hombre a hombre, de esperanza a esperanza.

Sé bien los temores y desconfianzas que arrancan nuestros pasos desde el amanecer del año, sé bien los escepticismos que provocan nuestro torpe discurso y su anonimato, nuestras armas y el despropósito de hacernos, a tiros, un lugar en eso que los libros de texto escolar alguna vez llamaron "PATRIA".

Pero debo hacer todo lo posible para convencerlo a usted de que, para que las armas callen, deben hablar las ideas, y deben hablar fuerte, más fuerte que las balas. Debo convencerlo a usted no sólo de que no podemos, solos, sostener esta bandera que, con sangre indígena, volvió a ondear sobre nuestro suelo. Debo convencerlo, además, de que no queremos sostenerla solos, que queremos que otros, mejores y más sabios, la alcen con nosotros. Debo convencerlo de que, a la larga noche de ignominia que nos oprimió todas estas décadas ("¿cómo va la noche?", pregunta Macbeth, y Lady Macbeth sentencia: "En lucha con la mañana, mitad por mitad") no se sigue necesariamente un amanecer, de que a la noche bien puede seguirle otra noche larga si no le damos término, con la fuerza de la razón, ahora.

Sé que suena paradójico que una fuerza armada, anónima e ilegal, esté llamando al fortalecimiento de un movimiento civil, pacífico y legal para lograr la apertura definitiva de un espacio democrático libre y justo en nuestro país. Sé que puede parecer absurdo, pero coincidirá usted conmigo que si algo distingue a este país, a su historia y sus gentes, es esa absurda paradoja de contrarios que se encuentran (chocando sí, pero se encuentran), en pasado y futuro, tradición modernidad, violencia y pacifismo, militares y civiles. Nosotros, simplemente, en lugar de tratar de negar o justificar esta contradicción, la hemos asumido y la hemos reconocido y tratamos de subordinar nuestro andar a su no tan caprichoso dictado.

En fin, yo lo que quería era invitarlo a usted a la Convención Nacional Democrática. Sí, una Convención de civiles convocada por militares (revolucionarios, pero militares al fin). Sí, una Convención pacífica, convocada por violentos. Sí, una Convención que insista en la legalidad, convocada por ilegales. Sí, una Convención de hombres y mujeres con nombre y rostro, convocada por seres de rostro negado e innombrables. Sí, una Convención paradójica, coherente con nuestra historia pasada y futura. Sí, una Convención que levante las banderas que ya ondean en tierras extranjeras y se niegan a nuestro suelo, las banderas de la democracia, la libertad y la justicia. Eso quería yo, invitarlo a que asista usted. Nosotros tendríamos gran honor en recibirlo y todos en escucharlo.

No podemos decir mucho de nosotros para responder a razonables dudas, sólo le decimos que somos mexicanos (como usted), que queremos democracia (como usted), que queremos libertad (como usted), que queremos justicia (como usted). ¿Qué de malo tendría un encuentro entre mexicanos así? ¿Absurdo y paradójico? Lo sé, ¿hay algo que no lo sea en este país?

Vale, señor Fuentes, sentimos que no podemos dar paso sin haber, cuando menos, intentado darlo junto a mexicanos como Carlos Fuentes. Ignoro si logré invitarlo, mucho menos si logré convencerlo. Sé también que, deseando asistir podría no tener usted tiempo de darse una vuelta por esta esquina mexicana. Como quiera que sea, salud al hombre de letras, al diplomático, al científico, pero sobre todo, salud al mexicano.

 

Desde las montañas del sureste mexicano

Subcomandante insurgente Marcos.